(3) VISIONARIOS, de Manuel Gutiérrez Aragón.

LA ESPADA Y LA CRUZ
Admirable trayectoria profesional la de Gutiérrez Aragón, uno de los pocos realizadores de cine político en estos tiempos tan malos para la lírica, un ciudadano comprometido con su tiempo, de ideas progresistas y dotado de una solidez narrativa fuera de toda duda. Inspirado en hechos reales, Visionarios narra las supuestas apariciones de la Virgen, en un pueblo vasco, en el verano de 1932, poco después de que las leyes de la joven República Española establecieran el carácter laico de la enseñanza pública y, por tanto, decretaran la retirada de las imágenes religiosas presentes en las aulas. La película pone en evidencia las relaciones de causalidad entre las presuntas profecías marianas -una dama vestida de negro espada en mano, anunciando grandes desgracias y salvación posterior de España) y el alzamiento militar, en 1936, con el inicio de una Cruzada para derrocar al gobierno legítimo democrático. Resume así el film, pues, la confrontación histórica, cultural y social entre superstición, fanatismo y fascismo, por una parte, y razón, libertad y democracia por otra.
El personaje encarnado por Eduardo Noriega, un camarero que estudia para maestro, articula a su alrededor el sentido del relato y su relación con dos muchachas integradas en el grupo de visionarios traslada al ámbito privado el conflicto general planteado, el amor juvenil perturbado por un mensaje religioso apocalíptico; una idea que ya viene sintetizada magistralmente en la primera secuencia, con la alegre playa llena de sol y de bañistas, con el café donde la gente se divierte escuchando una pícara canción francesa, espacios lúdicos invadidos repentinamente por una procesión inquisitorial integrada por gentes de luto, estandartes propagandísticos y cánticos piadosos.
Si Gutiérrez Aragón se preocupa por mostrar cómo el ardor místico se fomenta con la exhibición de películas como El signo de la cruz (Cecil B. DeMille, 1932) y cómo fue compatible el reparto de escapularios y de pistolas entre la multitud de fieles alucinados, no olvida la complejidad de personajes y motivaciones al presentar al jesuita y cineasta padre Laburu como descubridor de la farsa, seguramente porque a la iglesia oficial no le interesaba dejar fuera de control a un fenómeno religioso ajeno a su autoridad y jerarquía.
Visionarios comparte la mirada agnóstica de Los jueves, milagro (Luis García Berlanga, 1956) pero cambia el tono de comedia por el drama y añade una mirada crítica cuya lucidez no hace sino desmontar la superchería establecido por títulos emblemáticos del nacional-catolicismo como La señora de Fátima (Rafael Gil, 1951), un film manipulador por vía emocional de conciencias y creencias. Lejos de todo dogmatismo, sin embargo, Gutiérrez Aragón apunto como causas posibles de las apariciones la autosugestión, la compensación de frustraciones cotidianas, al sublimación de pulsiones eróticas convertidas en místico-sensuales o el afán de protagonismo social.
Visionarios es un modelo de cine testimonial de muy recomendable visión que reafirmará a los agnósticos en su postura y que evocará en más de un espectador el contubernio existente entre nuestros actuales gobernantes y los sectores más reaccionarios de la Iglesia Catolica.
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