(3) LA INGLESA Y EL DUQUE, de Eric Rohmer.

UNA VISIÓN SUBJETIVA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
La polémica que ha levantado en el reciente Festival de Venecia la última película de Rohmer deriva del poco ortodoxo enfoque con que contempla la Revolución Francesa. Al realizador galo no le han interesado los grandes acontecimientos históricos ni los análisis políticos globalizadores sino la crónica de los pequeños hechos cotidianos, ofreciendo una visión de lo colectivo a través de lo privado, emitiendo un juicio sobre las estructuras de poder a través de las relaciones personales. Rohmer desconfía de la ideología, que considera partidista, y de la Historia, que considera demasiado épica y deformadora, para buscar la verdad en las vivencias privadas de individuos que fueron testigos directos de aquel magno acontecimiento. Para resumir: el octogenario cineasta descarta, el enfoque progresista o materialista de La Marsellesa (J. Renoir) o de 1789 (A. Mnouchkine) para adoptar, salvando las distancias, la mirada nostálgica y humanista de La pimpinela escarlata (H. Young). En los radicales años 70, la mayoría de críticos hubieran acusado al film de ser un ejercicio de “revisionismo individualista pequeñoburgués”. Ahora muchos de ellos lo califican de obra maestra.
El guión de Rohmer es adaptación de las memorias Mi vida bajo la revolución de Grace Elliot, una dama inglesa afincada en París que había sido amante del duque de Orleáns, un noble ¿oportunista? pasado a las filas revolucionarias que también acabó en la guillotina. A través de las relaciones entre ambos personajes, el film evidencia su identificación con el punto de vista de Grace, su profunda admiración por la monarquía borbónica, su respeto por el lema “Libertad, igualdad y fraternidad”, su apoyo a la política de apertura y reforma del régimen feudal, etc. En definitiva, un personaje moderado que hoy definiríamos como de centro, situado entre las exquisiteces elitistas de la corte de Versalles y las aspiraciones populares de la calle.
El objeto del rechazo es aquí la postura de los jacobinos, radicales y exaltados, culpables de la ejecución de los reyes y de miles de aristócratas, condenados la mayoría al exilio, especialmente a partir de octubre de 1793 en que, con el Terror, fueron anuladas las garantías jurídicas constitucionales. La película no se ocupa de los abusos e injusticias del Antiguo Régimen ni de sus asechanzas para derribar al nuevo, pero no olvida referirse al “populacho”, caricaturizar a la policía de la Nación, idealizar al monarca y denostar cualquier derramamiento de sangre. Es la misma óptica con la que algunos historiadores lamentan los “errores” de la Revolución rusa o de la Guerra Civil española. Porque, en todo caso, al revolución acaba devorando a sus propios hijos.
Entre un prólogo y un epílogo informativos en los que el film asume un punto de vista actual, el relato se despliega como un delicado ejercicio narrativo cuyo estilo se apoya en los sucesivos encuentros entre la inglesa y el duque, privilegiando sus diálogos mediante planos fijos, sin movimiento alguno de la cámara. En las escenas interiores, los decorados y el mobiliario recrean perfectamente la época, pero para las exteriores se ha optado por los fondos pintados que han sido integrados digitalmente en el plano con los actores de carne y hueso, realizándose por tanto un rodaje íntegramente en estudio. Rohmer, con su enorme talento y sensibilidad, ha demostrado que las nuevas tecnologías pueden utilizarse para algo distinto que para los grandes espectáculos de acción o para impactantes efectos especiales de ciencia-ficción.
La inglesa y el duque, al margen de la valoraión ideológica que nos merezca, tiene el mérito de suscitar una serie de reflexiones morales sobre las revoluciones y sobre los cambios sociales que comportan alguna clase de violencia, mostrando las frecuentes contradicciones entre ética y política, entre medios y fines, entre progreso y barbarie, entre Ilustración y fanatismo.
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