(3) LUCÍA Y EL SEXO, de Julio Medem.

UN RAYO DE SOL
Resulta sorprendente el carácter relativamente popular, bien aceptado, de un cine como el de Julio Medem, tan personal y complejo, hermético con frecuencia, tan alejado de la linealidad naturalista. Podría explicarse este fenómeno por la contundencia y belleza de sus imágenes, por la universalidad de los sentimientos, por la magia de sus personajes y, en definitiva, por su poderoso aliente poético. En Lucía y el sexo aparecen de nuevo todas las características del cineasta vasco como film fascinante que se limita a suministrar materiales significantes en bruto para que sea el espectador quien construya su propio relato, en el que se aprecia el libre juego de bloques temporales así como la íntima relación entre el mundo físico y el universo mental, evidenciando siempre Medem que es un narrador que busca y elabora su lenguaje con absoluta libertad e independencia respecto a modas e intereses.
Escrito trabajosamente el guión y preparado el rodaje a lo largo de tres años, Lucía y el sexo desconcierta sobre todo por la confusión entre realidad y ficción como plasmación narrativa de ese novelista que imagina sucesos, personajes y pasiones, utilizando los flashback y los saltos directos para expresar la confusión de dos categorías de representación que sólo se explicitan cuando el escritor va rellenando de textos la pantalla de su ordenador.
A Medem no le interesa la lógica cotidiana ni la psicología al uso sino los procesos mentales susceptibles de manejar símbolos y metáforas para crear significados abiertos pero siempre a partir de un itinerario optimista e inverso a la tragedia final de Los amantes del círculo polar: aquí la trayectoria discurre desde la oscuridad (Madrid) a la claridad (Formentera), desde la muerte a la vida, sin evitar el final feliz, como culminación de un proceso cognoscitivo mediante el cual la pareja protagonista, tras seis años de convivencia, encuentra paradógicamente la verdad sólo merced a la distancia que los separa.
En la película, la anécdota o el argumento parecen importar poco. Más allá del chato naturalismo de Son de mar (Bigas Luna), el film de Medem nos atrapa por multitud de razones difíciles de racionalizar porque lo que nos propone es un rompecabezas temporal, sentimental, pasional y conceptual que cada uno de nosotros debe recomponer y clarificar para dotarlo de sentido.
¿Qué encontramos? La alternativa a la soledad y vida en pareja, siempre amenazada por la crisis; los elementos fundamentales del universo que nos rodean y nos condicionan como el Sol y la Luna, la tierra, el aire, el mar; el poderoso impulso del sexo, plasmado aquí con una carga de sensualidad raramente vista en el cine español, con un erotismo atrevido y contundente, gozoso y libre, como esas fantasías susceptibles de dar alas a nuestros más secretos deseos.
También hallamos en las imágenes de Medem una reflexión sobre el dolor de la creación, tanto literaria como fílmica, sobre cómo la imaginación influye en la obra artística y ésta en nuestra vida real. Y al contrario, cómo la experiencia fomenta las ideas y fecunda la inspiración, iluminando así la relación cómplice del autor con el lector/espectador.
¿Podemos hablar de defectos o limitaciones en una obra tan seductora como ésta? Posiblemente su complejidad sea algo artificiosa y su dimensión poética resulte un poco forzada. Quizás el barroquismo del guión y la catarata de imágenes no siempre sea garantía de una mirada más lúcida y profunda.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.