(3) LA COMEDIA DE LA INOCENCIA, de Raoul Ruiz.

LAS DOS MADRES
La nueva película de Raoul Ruiz, chileno exiliado y afincado en Francia tras el golpe de Estado de Pinochet, nos proporciona un renovado ejemplo de su cine imaginativo y fantasioso con una adaptación libre de la novela de Massimo Bontempelli El hijo de las dos madres. La comedia de la inocencia pertenece a ese género fantástico cuyas criaturas nada tienen que ver con seres monstruosos y fantasmales venidos de ultratumba sino que está elaborado con personajes actuales y ambientes cotidianos.
Títulos como El otro (1972), El sexto sentido (1999) o Premonición (2000) tienen en común el rechazo de la lógica, su capacidad de generar misterio y la falta de una explicación racional de unas conductas que necesariamente hay que relacionar con otra “dimensión”, reencarnaciones y posesiones, la sutil frontera entre la vida y la muerte o las percepciones parapsicológicas.
Lo que aquí sorprende e inquieta más es la actitud de Camille, un niño de 9 años, quizás manipulador compulsivo o víctima del síndrome del padre ausente, que pretende que su verdadera madre es otra mujer, desconocida hasta entonces. Se trata de un tremendo ataque a la seguridad del espectador porque pone en cuestión ancestrales convicciones como es el mito de la maternidad única, recurso que en su variante diabólica hacía de La semilla del diablo (1968) una obra realmente impactante.
Raoul Ruiz ha cuidado bastante la puesta en escena para arropar esta historia con altas dosis de intriga y suspense: la cámara de vídeo que maneja el niño que habla con el mismo aplomo y sensatez que un adulto, la fascinante cámara deslizante de Jacques Bouquin, la inquietante música de violín de Jorge Arriagada y una escenografía que recrea un clima agobiante con la sola presencia de objetos y esculturas.
La comedia de la inocencia es un film estimable que tiene la virtud de atrapar la atención del espectador sin necesidad de recurrir a trucos ni efectismos. Y gran parte del mérito corresponde a las actrices y actores, destacando especialmente una excelente Isabelle Huppert y una veterana Edith Scob a la que recordamos como joven musa de Georges Franju en Ojos sin rostro (1960) y en Judex (1963).
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