(3) MENTIRAS, de Jang Sun-Woo.

SINGULAR TRATAMIENTO DE LA PERVERSIÓN
Esta producción surcoreana es una adaptación de la novela Tell me a lie, de Jang Jung Il, prohibida en su país, una apoteosis de sangre, semen y mierda, elementos que en el film aparecen sólo sugeridos gracias a la elipsis y al uso de una cámara que nunca muestra insertos de genitales, aunque problemas de censura obligaron a sus autores a cortar 13 minutos de metraje, mutilación que tampoco logró evitar el escándalo provocado por su exhibición en el festival de Venecia de 1999.
Adscribir Mentiras al género pornográfico plantea serias dudas porque si bien los dos protagonistas, un escultor casado de 38 años y una estudiante virgen de 18, se aíslan del mundo para vivir su pasión erótica sin límite alguno, explorando todas las posibilidades del placer sexual, deslizándose progresivamente hacia las prácticas sadomasoquistas como un ejercicio máximo de libertad personal, convirtiendo el dolor en una obsesión adictiva y autodestructiva, creo que estamos por el contrario en la línea de El imperio de los sentidos (1976), pues cierta complejidad psicológica de los personajes, la falta de imágenes explícitas así como la presencia perturbadora de familiares de la pareja que interfieren su delirio sexual conducen el relato por unos caminos expresivos que no coinciden plenamente con los de las películas X.
Hay en Mentiras un singular tratamiento de la perversión, la visión del dolor que paradógicamente produce placer, con una falta de prejuicios morales y diríase que con una ingenuidad que convierte la exploración de las posibilidades placenteras del cuerpo y de la mente en un relato insólito que entroniza el amour fou en eje casi exclusivo de la existencia humana, con el consiguiente aislamiento de los amantes y la pérdida del contacto con las responsabilidades y exigencias del mundo exterior.
Realizado con escasísimos medios materiales, en escenarios naturales y con cámara a mano, el film se rodó con el máximo secreto, planificando previamente los lugares de filmación y la labor de los intérpretes. El resultado, a mi juicio, es un producto tan osado como fascinante que se permite romper el discurso naturalista con algunos planos que muestran su proceso de producción y cuyo objetivo es enfrentar al espectador con una concepción antitética del amor idealizado y romántico con unas imágenes realistas que nos sumergen en los abismos del sexo y cuya brutalidad nos remite a los ámbitos del sueño, de la quimera y de la genuina fantasía erótica. Al final, con la definitiva separación de los amantes, con la vuelta a la normalidad, la verdad termina por aflorar y comienzan las mentiras.
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