(2) VATEL, de Roland Joffé.

PODER ABSOLUTO
Vatel es una suntuosa superproducción francesa, con guión de Jeanne Labrune adaptado al inglés por Tom Stoppard, con preponderancia de vistosos decorados y vestuario de época, que narra el traslado del rey Luis XIV y de su corte de Versalles en 1671 al castillo de Chantilly como huéspedes de un príncipe arruinado para recuperar el noble el favor del monarca para encabezar los ejércitos en una probable guerra contra Holanda.
Las intenciones de la película son las de contraponer el despotismo del Rey Sol y la corrupción de sus cortesanos a la pobreza y humillación de las gentes del pueblo llano, erigiendo para ello en protagonistas a los personajes encarnados por Gérard Depardieu y Uma Thurman que, con su anhelo de libertad y de dignidad personales, representan la única contestación a un orden establecido basado en la esclavitud y en los privilegios de clase.
Frente a la voluntad absolutista del soberano y a los caprichos de la aristocracia, surge la ruptura del plebeyo Vatel, maestro de ceremonias, intendente y cocinero encargado de halagar a la Corte con una sucesión ininterrumpida de banquetes, representaciones teatrales, conciertos y juegos pirotécnicos, todo ello dentro de la pompa y el artificio propios del Barroco, cuyo espíritu ha sabido captar bien el film, aunque subrayando la gran profesionalidad de Vatel y su decisiva labor entre bastidores, superando intrigras y crueldades para alcanzar la perfección al servicio de la belleza y del placer de los sentidos.
Lamentablemente, en la película prevalece lo decorativo y lo visual en detrimento de la solidez de los personajes, bastante esquemáticos, porque Roland Joffé ha optado por reconstruir la época con unos criterios de qualité en vez de ahondar en las características del siglo XVII. Por ello el suicidio del protagonista, seguramente por culpa del retraso en el suministro de pescado, se disfraza aquí de romántica muerte por un amor imposible, y no se tiene reparos en acudir a anacronismos, un siglo antes de la Revolución Francesa, como la apelación a derechos humanos entonces impensables. Y así, la llamada a la dignidad, la conciencia individual y la mentalidad moderna de la que hacen gala los personajes protagónicos, en plena vigencia de las monarquías absolutistas, no resultan convincentes sino una imposición del guionista realizada desde un prisma actual. Y con el inconveniente de que esta falacia histórica determina el punto de vista y el eje principal del relato.
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