(3) STATE AND MAIN, de David Mamet.

UN RODAJE ACCIDENTADO
David Mamet ha volcado su talento y experiencia como dramaturgo, guionista y realizador de cine en su séptimo largometraje, un ejemplo más del llamado “cine sobre cine” en forma de comedia cuyo título refleja un cruce entre dos calles, un símbolo de la confrontación entre principios éticos e intereses financieros que se produce cuando el equipo de rodaje de un film choca con los valores tradicionales tan conservadores como hipócritas a veces, de un tranquilo pueblo de la América profunda.
Mamet pasa revista a diversos mitos divulgados por Hollywood con la ayuda de unos diálogos escritos con brillantez e inspirándose en las aportaciones al género de maestros como Preston Sturges, Frank Capra y Blake Edwards, sin olvidar la similitud de planteamientos con la divertida Dulce libertad (1985) de Alan Alda.
Con buenas dosis de humor, ironía y sátira, el autor realiza un sugestivo estudio de personajes, profundizando en los vicios y en algunas virtudes de la naturaleza humana, anotando una serie de circunstancias que suelen darse en la producción y en la realización de películas: cambio obligatorio del título, dificultades en la localización de exteriores, líos de faldas y de amoríos, vanidad, codicia, corrupción… que convierten la tarea en una especie de locura colectiva, con la imposible recuperación de la pureza perdida.
A destacar la significación opuesta de dos de los personajes principales: el guionista, un escritor todavía inocente e idealista que encuentra el amor pero que tiene que enfrentarse a un dilema moral, entre la honestidad y el provecho personal, que acaba resolviendo en una segunda oportunidad; y el productor, caracterizado por su sentido práctico de la vida y acostumbrado a resolver conflcitos apelando a la astucia antes que a la confrontación directa.
State and Main presenta, es cierto, pocas novedades argumentales y estilísticas, pero es un film bastante bien narrado y digno que utiliza los materiales dramáticos habituales con reconocido oficio y eficacia. A destacar la excelente fotografía de Olivier Stapleton, que ya hizo un mangífico trabajo en Las normas de la casa de la sidra (1999).
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