(4) BILLY ELLIOT (QUIERO BAILAR), de Stephen Daldry.

EL NIÑO BAILARÍN
Creo que el enorme éxito del film, aclamado tanto por el público como por la crítica especializada, obedece a su estructura narrativa en torno a grandes contrastes —lo social y lo íntimo, la rudeza y la sensibilidad, la pobreza y el triunfo profesional, las risas y las lágrimas, el poblado minero y Londres, etc.— con resolución final de las fuertes tensiones acumuladas en un final feliz que viene a constituir un alivio para el espectador.
Con guión de Lee Hall basado en propias experiencias, Billy Elliot (Quiero bailar) es el primer largometraje del prestigioso director teatral Stephen Daldry y es considerado por muchos como una obra maestra de la llamada corriente rosa del cine obrero, una aparente contradicción que se caracteriza por aunar en su seno la capacidad de diversión, de emoción y de información. Pertenece, pues, a ese nuevo cine social británico de gran raigambre popular que se apoya en temas y personajes cotidianos, el sustrato socio-económico que lo envuelve, la orientación política progresista que lo inspira, la importancia de los sentimientos, el lenguaje fílmico sin rebuscamientos formales y los rasgos de humor, todo lo cual contribuye a configurar un digno cine comercial cuyos aspectos más ásperos siempre vienen atemperados por la presencia de la esperanza.
Como en Full Monty (1997), Tocando el viento (1997) y Wonderland (1999), los sentimientos no aparecen para traicionar la realidad social retratada sino para potenciarla más aún y en esta ocasión ayudan a percatarse de la política ultraliberal de Margaret Thatcher, el cierre de las minas de carbón en el condado de Durham, la larga huelga de 1984 finalmente fracasada, los piquetes y esquiroles en medio de las contradicciones de obreros y sindicatos… precisamente porque en ese duro entorno surge la figura excepcional de Billy Elliot, aparece la imagen emblemática de Fred Astaire y, como en Bailar en la oscuridad (2000), la música y la danza asumen la función de sublimar el dolor y la miseria de cada día.
Este poderoso alegato contra los prejuicios culturales, contra la convencional diferenciación entre los roles sociales masculinos y femeninos, esta crítica de una crisis familiar y colectiva repleta de frustraciones personales no hubiera sido posible sin unos actores fabulosos entre los que destaca Jamie Bell, el jovencito protagonista, que fue elegido entre 2000 candidatos, y cuya decidida vocación de bailarín materializa el triunfo de la voluntad y del esfuerzo para superar dificultades. También una manera de expresar la rabia que lo corroe, un camino de autorrealización, de hallar el sentido de la vida y una forma de acceder al placer supremo de la belleza.
Otros méritos del film son su excelente fotografía, la precisión de los encuadres y el rigor de un montaje que siempre nos enseña lo esencial gracias a una nítida mirada de un Stephen Daldry que juega en ocasiones con el tiempo —elipsis, pequeños saltos espacio-temporales— para agilizar la narración y que ha tenido el acierto de incluir en la banda sonora éxitos pop de los años 80 procedentes de T-Rex, The Clash y The Jam.
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