(3) LA VIRGEN DE LOS SICARIOS, de Barbet Schroeder.

SEXO Y MUERTE EN MEDELLÍN
El propio Fernando Vallejo elaboró el guión a partir de su novela La virgen de los sicarios (1994), escrita tras un regreso a Medellín (Colombia) que puso fin a un exilio de 30 años. Es un texto en gran medida autobiográfico donde reconoce su homosexualidad y en el que constata que la violencia habitual solo ha cambiado de instrumentos, pasando del machete a la pistola. La película de Barbet Schroeder, premiada en el festival de Venecia, posee el mismo desgarro de La vendedora de rosas (1998) de Víctor Gaviria, pero introduce el sarcasmo en medio del tono trágico que preside el retrato de las bandas de esos jóvenes asesinos que son pistoleros a sueldo ligados a las mafias del narcotráfico.
La virgen de los sicarios es un film bastante insólito, excepcional, que va más allá de la denuncia social sobre la miseria y el crimen para conectar con las propuestas de autores heterodoxos —Buñuel, Sade, Jean Genet, Bukowski— para lanzar un grito sobre el absurdo de la existencia, la muerte de Dios y la crueldad humana sin coartada moral alguna que la justifique.
La voluntad de suicidio del protagonista con la que arranca la película se diluye al chocar con una realidad cotidiana alucinante, terrible, y al surgir el amor entre el escritor y uno de los adolescentes asesinos, todo ello sin embargo presentado con una normalidad y una pureza que solo son rotas por la violencia absurda de la cadena de venganzas sin fin, contemplada con indiferencia por un pueblo y por el ojo de una cámara que certifica con este distanciamiento la insensiblidad ética de unos ciudadanos que contagian al protagonista y al espectador de un fatalismo sin remedio.
Co-producción entre Colombia, España y Francia, La virgen de los sicarios supone el retorno de Schroeder al país latinoamericano después de una larga carrera cinematográfica en Francia y en Hollywood, esta vez con un rodaje complicado que utiliza como actores a chicos de la calle además del profesional Germán Jaramillo y que ha recurrido a la música popular, al sonido directo y a un soporte vídeo de alta definición capaz de ofrecer una gran profundidad de foco y de posibilitar la manipulación del color. Características técnicas todas ellas que han permitido al director el logro de un interesante documento que, con la máxima sencillez narrativa, vehicula una crónica excepcional sobre los barrios altos de la ciudad y la pobreza de sus gentes, rehuyendo la retórica y elaborando un magnífico discurso sobre la cultura de la violencia y sobre la impunidad en el que siempre está presente el humor negro, como acreditan los templos como únicos remansos de una paz rota en las pesadillas, los inútiles carteles de “prohibido echar cadáveres” o los fuegos de artificio para celebrar sustanciosas operaciones de venta de cocaína.
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