(3) EL OTRO BARRIO, de Salvador García Ruiz.

ENTERRAR EL PASADO
El segundo largometraje de Salvador García Ruiz es una adaptación de la novela homónima de Elvira Lindo, fue presentado en el último festival de San Sebastián y narra en primera persona una historia de carencias psicológicas y sentimentales más que económicas en la que los personajes deben esforzarse por olvidar su pasado y asumir el presente en una especie de proceso de redención personal basada en aceptar los errores cometidos y emprender el camino hacia una nueva vida más plena y libre.
El realizador recurre a un ritmo pausado —largas miradas, silencios, tiempos muertos— y a una meticulosa dirección de actores —hay que destacar a los protagonistas, Álex Casanovas y la revelación de Jorge Alcázar, pero también a los de reparto como Empar Ferrer— para trazar el periplo interior de dos vidas paralelas, las del abogado y el adolescente, que vienen a representar el pasado y el presente de quienes han de pelear por encontar su lugar en el mundo.
El interés humano y la proyección social de El otro barrio son evidentes pese a que se trate básicamente de un relato de sentimientos. Conceptos como los de familia, amistad, clase social, barrio popular, soledad, desarraigo y afecto son fundamentales en una película que tiene muy en cuenta un contexto socio-económico determinante pero también la voluntad de redención superando el destino, el deseo de afrontar la verdad más profunda y el afán de alcanzar la completa realización personal.
Una muerte accidental y una posible masacre al inicio del film y un desenlace folletinesco sobre secretas relaciones familiares abren y cierran un relato que a primera vista puede parecer truculento y efectista, pero que enmarca un sólido discurso sobre las relaciones profesionales y personales entre dos adolescentes de Vallecas y un joven abogado que tiene idéntica procedencia y que mantiene unos lazos ocultos con el pasado. El centro de acogida donde es internado el muchacho mientras se aclara su posible responsabilidad penal se convierte en un lugar privilegiado de encuentro de ambos personajes, de conexión entre las dos líneas argumentales medulares del relato, y en un espacio simbólico al margen del barrio donde el tiempo parece haberse detenido y donde pueden empezar a hallar remedio los conflictos planteados.
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