(3) LA DUCHA, de Zhang Yang.

TRADICIÓN VS MODERNIDAD
Este segundo largometraje de Zhang Yang se inscribe en ese nuevo cine chino que rehúye las leyendas de épocas remotas para centrar su atención en la actualidad, no sin trabas para el ejercicio de la libertad de expresión, y ha obtenido premios en los festivales de Toronto, Rotterdam y San Sebastián. La ducha es una gran parábola sobre la vida en la China presente que está elaborada con una serie de pequeñas metáforas que desembocan en un epílogo de carácter moral.
El relato nos presenta a tres generaciones sucesivas: los abuelos campesinos con su apego a los ritos y atavismos relacionados con la tierra; el padre emigrado a Pekín y dueño de una típica casa de baños; y los dos hijos, uno de ellos minusválido con retraso mental y el otro un frío ejecutivo tecnócrata inmerso en la economía de mercado.
La película es una ilustración del contraste entre la tradición y la modernidad, entendida la primera como un ámbito material y moral donde son posibles todavía valores humanistas como la convivencia, la ayuda mutua, la solidaridad, el sacrificio, los juegos y la tertulia… es decir, todo aquello que debería equipararse al auténtico bienestar, a la felicidad. Es un tema resbaladizo porque la actitud reaccionaria acecha peligrosamente, véase La ciudad no es para mí (1966), aunque en este caso no se trata de una nostalgia basada en un bucolismo caduco sino del reconocimiento de unos valores y unas virtudes en trance de extinción que deberían ser compatibles con las ventajas del progreso.
Cierto es que La ducha bordea en ocasiones un melodramatismo discutible pero nunca cae en el ternurismo favorecedor de la lágrima fácil, lo que es posible por el uso de unas formas narrativas y expresivas reveladoras de un gran talento y sensibilidad que ponen al descubierto nuestras más profundas emociones. Sorprende gratamente, pues, esa equilibrada mezcla de comedia, drama, costumbrismo y documento social. Un film que destaca por su excelente dirección de actores, la fuerza descriptiva de las imágenes, la dimensión poética de la cámara y el ajustado control del ritmo mediante el montaje.
El agua es aquí un elemento simbólico que facilita la limpieza tanto física como espiritual, exterior e interior, de unos personajes que, con su desnudez, superan las barreras económicas y se sumergen en un clima de igualdad y fraternidad. Ése es precisamente el mensaje del film: reivindicar el placer de vivir, el sabio disfrute de las cosas sencillas y cotidianas, con el convencimiento de que lo realmente importante es el ser más que el tener. La ducha se convierte así en un regreso a las raíces, en una toma de conciencia sobre las cosas esenciales de la existencia. En esta hermosa y sugestiva película se nos dice que el mercado, la economía y el desarrollo no lo justifican todo ni a cualquier precio, que hay que preservar o rescatar algunos valores intemporales y hacerlos compatibles con las ventajas y las exigencias de la vida moderna.
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