(3) LA CARTA, de Manoel de Oliveira.

LA REPUTACIÓN, EL SACRIFICIO Y LA CULPA
En unos momentos en que aumenta alarmantemente el número de presuntos críticos de cine que confunden los valores de las películas con sus cifras de recaudación en taquilla, reconforta la figura de un “joven” director de 92 años como Manoel de Oliveira que, con su cine personal y contracorriente, desafía todas las modas imperantes. Frente a la acción trepidante se inclina por la serena reflexión; a lo brutalmente explícito opone una representación de la realidad; cree más en las esencias que en las meras apariencias de las cosas; frente al hedonismo generalizado se preocupa por conceptos como la ética y el sacrificio; desprecia la pirotecnia visual para ocuparse de la profundidad expresiva de los diálogos…
Adaptación de la novela La princesa de Clèves (1678) de Madame Lafayette, La carta es una co-producción hispano-franco-portuguesa auspiciada por Paulo Branco que obtuvo el Premio del Jurado en el festival de Cannes y es un film que asume los referentes de siglos pasados para adaptarlos a la época actual: la nobleza se convierte en alta burguesía, el seductor clásico toma la forma de un cantautor de éxito, la Corte es ahora un refinado Centro Cultural… pero subsiste el personaje de la monja que le sirve a Oliveira, en su papel de confidente, como medium entre la protagonista y el cantante, entre el atormentado mundo interior de la joven y el mundo exterior que tanto la acongoja.
Mediante planos de larga duración, un ritmo pausado, la importancia del diálogo entre dos personajes y con la ayuda de rótulos explicativos, un recurso literario que aprovecha para resumir los sucesos y evitar alargar en exceso la película, Oliveira aborda el compromiso de la protagonista consigo misma y con el mundo que la rodea subrayando las contradicciones entre moral y deseo, cultura e instinto, entre deber y placer, trazando no sin un sutil sentido del humor, un alegato moralizante que hoy resulta desfasado porque a través de la paradoja y del anacronismo demuestra que ciertas posturas en el pasado heroicas han devenido ya totalmente incoherentes. Este es el alcance real del fracaso final de la joven, agobiada por su sentido de culpa, que marcha a las misiones, contempla horrorizada la miseria del mundo y experimenta enormes impulsos de escapar, aunque el remoto origen del conflicto arranca de una equivocada coherencia ética que no es, a la postre, sino egoísmo, intransigencia y crueldad con los demás.
La carta es una película exquisita para cinéfilos exigentes que, como la obra de Robert Bresson, basa todo su potencial narrativo en la estilización. Asume conscientemente los recursos del melodrama para distanciar luego las pasiones mediante una frialdad expresiva que las desnuda lúcidamente de todo componente sentimental para ofrecerlas a la consideración racional del espectador.
Cabe destacar la presencia de Chiara Mastroianni, hija del malogrado actor italiano y de Catherine Deneuve, de la rohmeriana Françoise Fabian, del músico Pedro Abrunhosa encarnándose a sí mismo y de la excelente pianista Maria Joao Pires que nos deleita con una pieza de Schubert.
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