(2) MISS JULIE, de Mike Figgis.

CONFLICTO DE SEXOS, LUCHA DE CLASES
En 1888 fue escrita La señorita Julia por August Strindberg (1849-1912), dramaturgo sueco que volcó en su producción literaria las desgracias de su propia vida familiar, caracterizándose por una acentuada misoginia y por la dimensión realista de un estilo naturalista que abrió las puertas a la modernidad escénica con sugerencias freudianas en torno a la patología sexual, con certeras descripciones psicológicas y con profundos retratos de íntimos conflictos personales.
En 1950 Alf Sjöberg realizó una adaptación fílmica de esta obra teatral, con Anita Björk y Ulf Palme, que obtuvo la Palma de Oro en Cannes y que se estrenó en España en 1968 vía Arte y Ensayo. En esta afortunada versión el choque entre los protagonistas materializaba el encuentro traumático entre los recuerdos del pasado y los sueños de futuro con una Miss Julie caprichosa y reprimida, una gata en celo finalmente seducida, y un Jean, el lacayo, dispuesto a utilizar el atractivo sexual como instrumento de ascenso social mediante el matrimonio, el dinero de la muchacha y el inicio de un próspero negocio de hostelería. Cinismo y crueldad, violencia psicológica y física atemperada por ciertos rasgos de humor, relaciones de dominio entre hombre y mujer, desenlace trágico causado por la venganza y la autodestrucción.
Casi medio siglo después, Mike Figgis se siente fascinado por el texto de Strindberg y en su búsqueda de prestigio autoral plantea realizar una producción independiente, con escasos medios y con un estilo Dogma: rodaje rápido en 16 mm, cámara a mano y aspecto visual descuidado en aras de una mayor espontaneidad. El resultado sigue revelando el interés del texto original pero sus errores de planteamiento, de puesta en escena, son demasiado evidentes: exceso de primerísimos planos que impiden contemplar la relación espacial entre los actores y la de éstos con el escenario, un montaje atosigante que corta con frecuencia la labor interpretativa, recursos formales caprichosos como la pantalla dividida en la escena del coito o los arbitrarios fundidos de transición…
Mike Figgis nos ofrece, pues, un drama in la necesaria profundidad al convertir en crispación histérica y el fatalismo nihilista lo que es en esencia un conflicto de clases y de sexos, ignorando el papel determinante que el pasado —la condición de la señorita Julie de hija ilegítima de una criada— proyecta sobre el presente. Figgis debería aprender lo que son las buenas adaptaciones teatrales al cine —de Chejov y de Arthur Miller en este caso— revisando una y otra vez, por ejemplo, Vania en la calle 42 (Louis Malle; 1994) y La muerte de un viajante (Volker Schlöndorff; 1985).
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