(3) TRES ESTACIONES, de Tony Bui.

VIETNAM, AÑOS 90
Acostumbrado a las gestas guerreras de Sylvester Stallone en la saga Rambo, el espectador asiste entre curioso y asombrado a la proyección de un film sobre la actual República Socialista de Vietnam rodado en aquellas tierras y hablado en lengua nativa. Se trata del primer largometraje de Tony Bui, joven cineasta de origen vietnamita afincado desde niño en Estados Unidos, que acaparó numerosos premios en le festival de Sundance de 1999.
Producida con capital estadounidense, la Tres estaciones se fundamenta en un guión modélico, con una magnífica presentación de personajes, descripción de sus actividades cotidianas y entrecruzamiento de sus trayectorias vitales, constituyendo un relato que comparte las características del documental social y las del cine convertido en expresión poética. Así pues, contemplamos las peripecias de varios personajes que coexisten en Saigón, la actual ciudad de Ho Chi Mihn: el conductor de un ciclotaxi, una bella prostituta al servicio de extranjeros, una vendedora de flores de loto, un niño de la calle dedicado a la venta ambulante y un antiguo marine en busca de su hija.
Este sustrato realista logra adquirir una especial dimensión lírica gracias a una fotografía excepcionalmente hermosa, un paisaje esplendoroso y un ritmo narrativo pausado favorecedor de una sutileza y de un poder de sugerencia que nos remite a la lucidez y la dedicada sensibilidad de maestros del cine oriental como Ozu, Mizoguchi, Satyajit Ray o Zhang Yimou.
Film de hondo contenido humanista, Tres estaciones evita todo planteamiento melodramático o panfletario para convertirse en un alegato sobre la necesidad de amor, amistad o afecto por unos personajes erigidos en supervivientes de un país situado en medio de una profunda y seguramente traumática transformación, un testimonio de la pérdida de la inocencia colectiva, de la desconexión con las raíces seculares y de aniquilamiento de la propia identidad como precio pagado por el llamado «desarrollo», algo que aquí representa el triunfo de occidente sobre oriente, el auge del capitalismo sobre un comunismo en retirada, la liquidación del pasado y el tránsito hacia un futuro cargado de incógnitas, amenazado por la corrupción pero también abierto a la esperanza.
Hermosa y sugestiva película, pues, cuyo discurso se articularía entre dos ejes significantes que serían por una parte el viejo mundo encarnado por el monje budista leproso, creador de una poesía reflexiva y profunda, y por otra, la prosaica modernización cuyos signos más visibles son el bar Apocalypse Now, las flores de plástico y el lujoso hotel para turistas.
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