(3) MONOS COMO BECKY, de Joaquim Jordà y Nuria Villazán.

DOCUMENTO SOBRE LA LOCURA
Lo que tenía que ser una simple bigrafía del doctor Egas Moniz —neurólogo portugués premio Novel de Medicina, especialista en aplicar la lobotomía en el tratamiento de la esquizofrenia, asesinado en 1955 por uno de sus pacientes— se ha convertido en un documento científico y sociológico mucho más amplio al utilizar los realizadores fragmentos de diversos estilos y procedencias —relato autobiográfico de Jordà, entrevistas a doctores, reportajes, representación teatral y vídeo con los enfermos, falso documental sobre Moniz, etc.— para ofrecer una visión más global sobre la psiquiatría y sus aplicaciones curativas.
No se trata esta vez de manejar la locura como elemento de intriga en films de género —Corredor sin retorno (1963), Alguien voló sobre el nido del cuco (1975)— sino de convertir el trastorno mental en objeto de estudio plenamente integrado en el discurso fílmico, como era el caso de Marat-Sade (1967), Matti da slegare (1975) o Después de tantos años (1994).
Monos como Becky emplea diversidad de lenguas con subtítulos, alterna el formato color con el B/N por la disponibilidad del material más que una concreta intencionalidad expresiva y tiene como principales intérpretes a los propios internos de las Comunidades Terapéuticas del Maresme. El resultado es un film lleno de interés que cuenta con algunos momentos de extraordinaria intensidad cognitiva y emocional: la estremecedora confesión de algunos enfermos sobre la soledad y el drama de sus vidas o el alegato contra la psiquiatría convencional a base de pastillas y cirugía de algunos médicos.
Película poliédrica y abierta a múltiples interpretaciones que constituye, pues, una reflexión sobre los límites de la “normalidad” y un manifiesto en favor de la terapia humanista personalizada. La secuencia inicial con los especialistas disertando en el laberinto ajardinado abre el film con una metáfora sobre los complejos y misteriosos recovecos de la mente humana, una cuestión que está planteada con gran inteligencia al presentar a los actores y su representación teatral como una materialización de la esquizofrenia, como un juego de espejos creadores de múltiples significados merced a la confusión entre realidad y ficción, precisamente por el no uso de las máscaras habituales empleadas en las relaciones de convivencia en la vida cotidiana. Lo que nos plantea es: ¿cuáles son los márgenes de la sanidad mental? ¿Dónde debe terminar la libertad individual?
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