(2) EL ENTUSIASMO, de Ricardo Larraín.

EL FINAL DE LA UTOPÍA
En el segundo largometraje del chileno Ricardo Larraín, una co-producción hispano-francesa, el guión del propio realizador y de Jorge Goldenberg aborda una apasionante cuestión que ya nos gustaría ver reflejada en el contexto del cine español: la transición desde la dictadura de Pinochet a la democracia con el desarrollo económico y el impacto negativo que esta mejora en el nivel de vida produce en las relaciones de tres personajes, unidos por lazos de amor y de amistad.
El film constituye en buena medida una metáfora de alcance moral partiendo de los desolados parajes de la frontera con Perú —lugar utópico para la creación de una república independiente y federal—, continuando con las exigencias de la economía de mercado y finalizando con la destrucción de toda exigencia ética y con la ruina de las relaciones afectivas, profesionales y familiares. El dinero, en defintiva, sustituye a los antiguos ideales progresistas, ahora reconvertidos en negocios urbanísticos para turistas con inversión de capitales extranjeros.
La película interesa en tanto desmonta la ingenua pretensión de que la conquista de la libertad es suficiente bagaje para garantizar un futuro de justicia y prosperidad. El relato es, al menos en sus intenciones, expresión del punto de vista de un niño que asiste perplejo y dolido a las consecuencias humanas de las condiciones del mundo actual, del desarrollo económico, con el precio que hay que pagar por instalarse en la llamada modernidad.
Sin embargo, las limitaciones que Ricardo Larraín evidenciaba en La frontera (1991) se vuelven aquí serios defectos: exceso de símbolos poco integrados en el discurso realista; veleidades literaturizantes; acumulación de ideas sin una adecuada plasmación narrativa; confusión en la expresión del paso del tiempo y sus consecuencias ideológicas y psicológicas, con lo que no sabemos si atribuir al guión, a la dirección o a ambos la incapacidad para dar mayor coherencia al relato, para precisar mejor los conceptos y para profundizar en los personajes.
El entusiasmo es una discreta película, pues, que integra en su banda sonora pasajes de la hermosa Sinfonía nº 9 / Del nuevo mundo de A. Dvorak, compositor checo que se inspiró en un viaje a los Estados Unidos, y cuyos diálogos resultan en muchos momentos prácticamente ininteligibles.
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