(3) FREEWAY, de Matthew Bright.

CAPERUCITA Y EL LOBO
Freeway es el primer largometraje de Matthew Bright, un guionista que pudo acceder a la dirección gracias al apoyo financiero de Oliver Stone. El film ha sido exhibido en numerosos festivales, está ambientado en el sur de California y es una mezcla de géneros: un thriller con elementos narrativos de la road movie y de cárceles contemplados bajo una óptica de comedia negra. En realidad se trata de una libre adaptación del clásico cuento infantil Caperucita Roja y el lobo, convertido en una parábola moderna mediante un guión que fue enriquecido con las sugerencias de los propios actores. A destacar: Kiefer Sutherland, Brooke Shields y, especialmente, Reese Witherspoon, que debutó en Verano en Louisiana (1991), de Robert Mulligan. En síntesis, narra la historia de una adolescente llamada Vanessa que huye de un hogar desestructurado, con padres delincuentes y drogadictos, para trasladarse a casa de su abuela.
Unos magníficos títulos de crédito iniciales y unas viñetas de tebeo resumen los aspectos más característicos del relato a desarrollar que, en todo momento, traza el completo panorama sociológico que condiciona la personalidad conflictiva de la protagonista, una típica delincuente juvenil que ha crecido al margen de los valores establecidos y cuyo personal punto de vista determina el tono del relato: violencia explosiva, erotismo provocador y humor corrosivo.
Matthew Bright domina a la perfección el sentido de la imagen, el ritmo de las secuencias, los punzantes diálogos y la dirección de actores en una película que podríamos definir como “hiperrealista” al potenciar al máximo la brutalidad y la ironía para poner al descubierto los ocultos mecanismos que rigen en la actual sociedad estadounidense.
Pese al punto de vista narrativo, ciertamente desquiciado, es la de la adolescente inadaptada a los valores sociales dominantes, sólo preocupada por la libertad y la supervivencia en un medio hostil, en Freeway no hallamos traza alguna de moralismo ni de apología de la violencia sino una clara voluntad testimonial que, sin embargo, no evita hacer al espectador cómplice voyeurista de cierta perversa complacencia ante algunas escabrosas situaciones eróticas.
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