(1) GOLPE DE ESTADIO, de Sergio Cabrera.

METÁFORA ESPERPÉNTICA SOBRE LA PAZ
Dentro de la irregular carrera del cineasta colombiano Sergio Cabrera, Golpe de estadio no puede incluirse entre sus obras más afortunadas. Co-producción entre Colombia, Italia y España, la película es una fábula con formas expresivas de farsa y con intenciones satíricas en torno a la lucha entre la guerrilla y las fuerzas gubernamentales en el momento en que se acuerda una tregua provisional para poder ver conjuntamente por televisión un partido decisivo entre la selección nacional y la argentina en la fase clasificatoria del campeonato mundial de fútbol de 1994.
Los modelos, obviamente, son ¿Qué hiciste en la guerra, papi? (1966), de Blake Edwards y, sobre todo, La vaquilla (1985), de Luis García Berlanga, pero aquí no hallamos el excelente guión —una aguda parodia del género bélico— ni la precisa puesta en escena del maestro estadounidense de comedias y, por otra parte, en el paralelismo entre el cineasta valenciano y el colombiano podemos observar que la estructura coral del relato se torna caótica, la improvisación se convierte en esterilidad expresiva y el humanismo surrealista no supera en significación la banalidad humorística.
En el cine no bastan las buenas intenciones sino que son necesarios sólidos resultados estéticos y ello resulta complicado si se parte de un guión poco consistente, redundante y escasamente verosímil y de una dirección excesivamente torpe y desaliñada. La superficialidad y la utilización burda de ciertos símbolos lastran gravemente el alcance de esta metáfora sobre la paz y la conciliación, conceptos generosos pero etéreos sobre los que siempre revolotea la idea sublime y metafísica de una patria común.
No puede decirse, sin embargo, que a la película le falte densidad y variedad de temas: ahí están las referencias a la revolución, la represión, la traición, el tráfico de armas, la corrupción, las multinacionales del petróleo, el imperialismo USA… pero no puede lograrse un buen film con personajes arquetípicos, con símbolos elementales que devienen tópicos inconsistentes y con esa inadecuada traslación de planteamientos desde el terreno deportivo al político, económico y social.
Queda demasiado evidente, al final, la moraleja sobre el triunfo de la voluntad, sobre la posibilidad de la paz en un país roto por la guerra civil larvada alimentada por la injusticia, la miseria y la opresión, porque este mensaje bienintencionado viene arropado por unos presupuestos narrativos caracterizados por una ingenuidad y una simpleza difícilmente admisibles.
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