(3) FLORES DE OTRO MUNDO, de Icíar Bollaín.

LO QUE NECESITAS ES AMOR
El segundo largometraje de Icíar Bollaín, premio de la Crítica en el pasado festival de Cannes, con guión escrito en colaboración con Julio Manzanares, nos remite al film Caravana de mujeres (1951) que, a su vez, inspiró los famoso encuentros de solteros y solteras en el pueblo pirenaico-aragonés de Plan, a lo que los autores han añadido los resultados de sus investigaciones en torno a matrimonios concertados entre jóvenes caribeñas y solitarios mozos españoles.
La película, que relata la vida y evolución de un grupo de personajes en Santa Eulalia, imaginario pueblo agrícola de Guadalajara a lo largo de un año, viene a ser el reverso de Surcos (1951) o La ciudad no es para mí (1966), títulos que mostraban con indisimulada nostalgia un mundo rural bucólico incontaminado de los avatares de la vida moderna en las ciudades. En efecto, el plácido municipio mesetario, tras una alegre fiesta de bienvenida, se va a convertir en lugar de desencuentro o de difícil coexistencia entre diferentes valores, ideas y proyectos de vida más allá de esa simplista concepción de ciertos programas televisivos o de nefastos films pseudorománticos que gratifican al espectador pregonando que basta con voluntad para lograr el triunfo de los buenos sentimientos.
Flores de otro mundo centra su atención en la historia de tres parejas que hacen frente a su soledad de distinto modo y por diversas motivaciones, en una aldea con escasez de mujeres, con ausencia de bodas y de niños, dominada por una población envejecida y sin esperanzas de futuro, donde un hábil montaje esboza una coherente estructura narrativa que va trenzando las relaciones de cada uno de los dúos protagonistas hasta su consolidación o definitiva disolución.
La unidad espacial que conforma el pueblo castellano, salvo alguna breve salida al exterior, y unos actores magníficamente dirigidos, entre los que debe citarse José Sancho, Luis Tosar, Chete Lera y Amparo Valle configuran un relato elaborado con pigmentos de vida que, con emoción siempre contenida, nos habla de alegrías y de penas, de ilusiones y de miserias en la constante y necesaria persecución de la felicidad.
Icíar Bollaín se consagra como una realizadora dotada de un estilo natural, sin artificios narrativos ni trucos melodramáticos. Una película hermosa y honesta, expresión de una serena mirada ante el mundo, absolutamente recomendable.
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