(1) LA CIUDAD DE LOS PRODIGIOS, de Mario Camus.

TIERRA DE OPORTUNIDADES
Que una buena novela no garantiza el logro de una buena película era algo ya sabido y lo viene a ratificar ahora la adaptación que Mario Camus ha realizado del célebre libro de Eduardo Mendoza, condensado en 140 minutos, sin selección temporal alguna, aproximadamente 50 años que abarca el texto literario, entre 1870 y 1920.
El resultado es un guión esquemático, con un par de flashbacks poco funcionales, una puesta en escena meramente ilustrativa en la que el director ha volcado su oficio —entendido como rutina profesional más que como creatividad artística— y unas imágenes carentes de vida propia que dan origen a personajes acartonados y a un esqueleto narrativo cuyo atropellamiento de temas y banalidad dramática enmarentan el relato con el folletín al uso o el serial televisivo del montón.
La emigración campesina a América o a la gran ciudad para escapar de la miseria; la explotación de la mano de obra y las primeras luchas sindicales; las prácticas especuladoras de aristócratas y burgueses; los caciques y sus bandas mafiosas; los políticos corruptos; el desarrollismo urbano etc. conforman el amplio sustrato socio-económico que sirve de marco a las dos líneas narrativas básicas del film: la ascensión social del protagonista a costa de perder todo referente ético y su historia de amor, de estructura circular, con una muchacha anarquista a la que abandona para casarse con una rica heredera, con regreso a la primera en una especie de redención sentimental final.
La ciudad de los prodigios es una película ambiciosa, tanto por el referente argumental como por los medios de producción empleados, que considero no obstante fallida, mal planteada y resuelta, a pesar de sus destacados actores y de una cuidada ambientación lograda mediante decorados y maquetas además de bellos edificios modernistas de la Catalunya de finales de siglo.
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