(3) LA DELGADA LÍNEA ROJA, de Terrence Malick.

GUADALCANAL, II GUERRA MUNDIAL
El Oso de Oro obtenido en el reciente festival de Berlín por el film de Terrence Malick, relevante y atípico cineasta que únicamente ha dirigido dos largometrajes en 25 años, logró despertar nuestra curiosidad y el deseo de comprobar el nivel de calidad alcanzado por esta producción USA de carácter espectacular y de elevado presupuesto.
Adaptación de una novela de James Jones, autor también del libro De aquí a la eternidad, la película narra la visión y sangrienta conquista de Guadalcanal, una isla del Pacífico en poder de los japoneses durante la II Guerra Mundial, a cargo del ejército estadounidense.
Sobre el decisivo episodio militar, que frenó el avance nipón en el océano Pacífico, había la menos dos versiones fílmicas, la de Lewis Seiler en 1943 y la de Andrew Marton en 1964, una y otra ejemplos adscritos al género bélico en su acepción más convencional, es decir, aquella que cuenta con la presencia de bandos enfrentados buenos/malos de una pieza, con el papel decisivo de héroes individuales, con la función gratificante de una violencia mostrada como mero espectáculo y con fuertes dosis de propaganda patriótica e ideológica, características que alcanzan la cima de la degradación en la saga Rambo.
La delgada línea roja supone, sin embargo, un acercamiento totalmente opuesto al ardor guerrero profundizando en la línea humanista y crítica de La chaqueta metálica (1987) de Stanley Kubrick y Platoon de Oliver Stone (1986), desbordando en radicalismo los tímidos planteamientos de Salvar al soldado Ryan (1998) de Steven Spielberg para elaborar un relato coral sin protagonistas individuales que trasciende la crónica puntual de unos acontecimientos ya históricos para convertirse en reflexión filosófica y en discurso moral, además de riguroso ejercicio de introspección psicológica.
El resultado es una película fuertemente antibelicista, con una contraposición entre paz y guerra, entre vida civil y campaña militar, entre naturaleza y sociedad, entre amor y odio, en un relato que pone en evidencia, sin coartada patriótica o sentimental alguna a qué grado de terror, crueldad y muerte, de deshumanización en suma, pueden llegar las personas situadas en un determinado contexto violento. Y ello sin ocultar tampoco su alcance antimilitarista al subrayar que en la guerra el objetivo fundamental es aniquilar al enemigo sin que importen demasiado los medios a utilizar en misiones prácticamente suicidas.
No se me hicieron largas las casi tres horas de duración porque se trata de un film magníficamente realizado que atiende tanto a la descripción del paisaje como de los personajes, combinando los travellings sobre el campo de batalla con la voz en off de los combatientes que evocan lo ya vivido o reflexionan sobre su angustiosa situación, mostrando el contraste entre el pasado y la dramática vivencia del presente, un infierno de furia y destrucción.
El naturalismo del relato, su arraigada dimensión realista, viene enriquecido por la postura ética de un realizador lleno de talento y de honestidad que no manipula el material de que dispone para provocar la épica de las sensaciones y los sentimientos, de los instintos básicos, sino que los racionaliza para generar la lucidez del espectador.
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