(3) BIENVENIDO A LA CASA DE MUÑECAS, de Todd Solondz.

UNA INFANCIA NADA CONVENCIONAL
Este film independiente USA, galardonado con el Gran Premio del Jurado en el festival de Sundance, constituye seguramente una de las más estimulantes sorpresas del año. El palpable talento del realizador ha situado el tono del relato en esa zona de difícil equilibrio que se sitúa entre el drama y la comedia, rehuyendo de excesos sentimentales con una mirada atemperada por la ironía y la ternura.
Habituados como estamos a soportar las gracias y la redención de los adultos a cargo de famosos niños y niñas de la pantalla, sorprende un film que es la antítesis de esa falsa concepción de la infancia y la pre-adolescencia como un universo idílico, ingenuo, acaramelado y feliz. Dawn Winter, la protagonista de 11 años, vive atormentada por un cúmulo de frustraciones, agresividad, humillaciones y envidias, tanto en el hogar familiar como en la escuela, donde padres y hermanos, maestros y compañeros de clase representarán el papel de verdugos o de víctimas en un entorno que será mucho antes un infierno que el tópico paraíso infantil.
Una puesta en escena sobria y funcional se limita a sugerir mediante una serie de sutiles detalles las claves de cada situación, la cara opuesta de ese “sueño americano” según el cual el éxito, la fama, la belleza y la riqueza están al alcance de todos pero cuya tenencia o carencia convertirán a las personas en ídolos o en seres despreciables.
En Bienvenido a la casa de muñecas no hay buenos y malos de una pieza sino tipos humanos bien definidos por un punto de vista dominado por una observación de signo realista que retrata sin paños calientes a una galería de personajes para los cuales solo habrá un horizonte esperanzador: la huida del opresivo pueblo y la marcha a Nueva York.
Acaba de redondear el acuerto de la película un montaje riguroso que estructura el relato en cortas secuencias, con unos planos llenos de información para el espectador atento, sin deslizarse nunca hacia los buenos sentimientos, una trampa gratificante que suele ser casi siempre una disimulada expresión de moralismo.
Y así, de una forma nada artificiosa ni forzada, el mensaje del film nos llega al final en un par de secuencias bien significativas: el programa de radio sobre la necesidad de afecto y comunicación en el seno familiar y el viaje escolar a Disneylandia, el mundo edulcorado e irreal por excelencia que no es sino una escapatoria momentánea y anestesiante de la vulgaridad cotidiana.
Una obra, pues, insólita y absolutamente recomendable.
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