(2) ÓSCAR Y LUCINDA, de Gillian Armstrong.

EL JUEGO DE LA VIDA
Una exótica co-producción anglo-australiana, adaptación de la novela homónima de Peter Carey, que narra las trayectorias vitales paralelas y posterior encuentro de dos seres excepcionales en la era victoriana: un joven sacerdote rural inadaptado y una granjera emprendedora educada por una madre feminista. El film nos presenta a dos personajes inconformistas y rebeldes, encarnación sin duda del espíritu romántico de la época, que no llegan a consumar plenamente los sentimientos amorosos que se profesan pero cuya unión se verá reforzada al tener en común sueños y afán de aventura, pasión por el riesgo y el azar.
Episodio clave del relato es el dificultoso traslado, a través de los bosques del este australiano, de una capilla de cristal, una quimera que viene a conjugar la atracción hacia el vidrio de la muchacha con los profundos sentimientos religiosos del antiguo clérigo.
Óscar y Lucinda cuenta con un vestuario y una fotografía rutilantes, con un Ralph Fiennes y una Cate Blanchett que ponen ardor en sus cometidos interpretativos pero que, a mi juicio, no acaba de cuajar en obra importante debido a la aureola de qualité que desprende: el empeño en resaltar la belleza plástica de los encuadres y el lirismo de las imágenes a costa de descuidar la coherencia narrativa, es decir, la necesaria atención al desarrollo psicológico de los personajes en el interior de cada secuencia.
Atención a la maravillosa banda sonora musical de Thomas Newman, una de los mejores que he escuchado desde hace tiempo.
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