(1) ROSSINI, de Helmut Dietl.

LUGAR DE ENCUENTRO
Comedia sarcástica, de estructura coral, donde un restaurante es lugar de encuentro entre un escritor de éxito cuya novela va a ser adaptada al cine, un director deseoso de dirigirla, varias actrices interesadas en interpretar sus papeles protagonistas y un productor acompañado de sus asesores financieros.
Por debajo del humor y de las brillantes apariencias, no tardan sin embargo en emerger las miserias humanas de unos personajes que van destilando amargura, inestabilidad, violencia, hipocresía y sordidez, lo que sirve de base dramática para un intento de reflexión sobre los dilemas vitales que se establecen entre amor y carnalidad, fidelidad y promiscuidad, placer y sentimiento.
Lamentablemente, el interesante cine alemán de la socialdemocracia dejó paso años ha al cine amorfo y funcionarial de los cristianodemócratas en el poder y así, pese a la estimulante presencia de la actriz Gudrun Landgrabe no puede apreciarse en Rossini pensamiento sólido alguno sobre un hedonismo sustentado en las delicias de la comida o el sexo, ni tampoco sobre los oropeles del mundillo artístico.
La escasa imaginación de los responsables de la banda sonora les ha llevado a incluir el omnipresente O sole mio y una adocenada canción de Adriano Celentano, adecuado contrapunto melódico en una pretendida qualité que no es otra cosa que un cine amanerado, efectista y superficial basado en el acelerado montaje de los planos, el histerismo de los actores, la endeblez de los personajes, los rebuscados planos de cámara, las arbitrarias luces de colores y las frases pretenciosas. Se me dirá que estas características sin también esencia del cine de Ken Russell, Andrej Zulawski o Peter Greenaway. De acuerdo, pero al menos los citados cineastas pueden alardear de un estilo propio. Y a Helmut Dietl, a mi juicio, le falta talento para ello.
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