(4) ON CONNAÎT LA CHANSON, de Alain Resnais.

LA MÚSICA DE LA VIDA
La última película de Alain Resnais, veterano cineasta francés que a lo largo de su carrera se ha situado siempre en la vanguardia de las formas expresivas fílmicas, supone un intento de conectar con un amplio público no necesariamente cinéfilo, esfuerzo especialmente significativo en un país como España, donde sus películas se han distribuido poco y a destiempo.
On connaît la chanson es un relato que tiene como procedimiento narrativo básico la integración de fragmentos de canciones en la vida cotidiana, conviertiendo sus letras en parte de los diálogos. No se trata de un verdadero musical —un género perfectamente codificado con sus melodías, texto, danza, decorados, etc.— sino del recurso a letras y melodías intencionalmente recuperadas de la memoria colectiva, procedimiento que tuvo su antecedente en los diálogos cantados de Jacques Demy, que usó de forma dialéctica Herbert Ross en Dinero caído del cielo (1981) y que convirtió en homenaje sentimental Woody Allen en Todos dicen I love you (1996).
Resnais, sin embargo, introduce un matiz nuevo: emplea con gran libertad solo algunas frases cantadas, sustituyendo así el diálogo habitual, echando mano de famosos hits de la canción francesa popular, la que va de los años 30 a los 60 con figuras emblemáticas como Josephine Baker, Maurice Chevalier, Aznavour, Dalida, France Gall, Johnny Halliday, Gilbert Bécaud, etc.
El film es un relato coral donde varios personajes entrecruzan sus vidas hasta su reunión en una secuencia final, gracias a un guión magistralmente elaborado cuya estructura narrativa ya había cultivado Robert Altman en más de una ocasión.
Lamentablemente, es una película que requiere la participación activa del espectador: si no se comparten sus claves parecerá incoherente y superficial pero si uno se deja seducir por su magia tendrá garantizado uno de los más privilegiados momentos cinéfilos del año, pasando continuamente de la sorpresa al goce más exquisito. Es un tipo de cine, pues, que requiere la complicidad inteligente del público pero no una identificación psicológica al modo del cine más rutinario debido a sus múltiples puntos de vista, sus canciones distanciadoras, sus rupturas temporales y espaciales, la coexistencia de realismo y fantasía, etc.
On connaît la chanson adopta la forma externa de comedia pero su ligereza y amabilidad es el ropaje que encubre el drama típico de la vida urbana actual, donde desfila una serie de personajes atrapados por una angustia existencial que les obliga a sobrevivir en medio de neurosis y depresiones, problemas de trabajo y conflictos amorosos, obsesiones e hipocresías. Los equívocos no son ya un banal juego de falsas apariencias sino el método para abordar a los personajes de una manera más profunda y compleja.
Los decorados, los animales, los espejos y demás elementos presentes en la puesta en escena le sirven a Resnais para diseñar los diversos caracteres humanos y unos actores magníficamente dirigidos contribuyen al propósito de retratar lo cotidiano convirtiendo determinados tics de la cultura popular en una crónica parisina de finales del siglo XX, acercando a un público no especializado las sutilezas de la llamada “alta cultura”.
Resnais busca la sátira apoyándose en la inverosimilitud de muchas situaciones y alcanza unos niveles de ironía que le sirven para derribar tópicos y convencionalismos. No se trata de una opereta ni de una comedia musical al uso sino de un vodevil cuya aparente ligereza y frivolidad esconden una profunda melancolía que subyace en las diversas secuencias. El procedimiento, insisto, parece fácil pero el talento del maestro galo logra convertir la canción popular en el método más eficaz para contrar con absoluta precisión unas historias de sentimientos que, en el caso de los aquí ausentes Charles Trenet y Edit Piaf, alcanzaron la consideración de obras maestras.
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