(3) JERUSALÉN, de Bille August.

CAMINO DE SANTIDAD
El galardonado Bille August vuelve a cultivar el clasicismo narrativo en su adaptación a la gran pantalla de la novela de la sueca Selma Lagerlöf (1858-1940), premio Novel en 1909, que había refundido en uno dos relatos precedentes dominados por sus preocupaciones cristianas y sociales, fruto tanto de experiencias autobiográficas como de una exhaustiva labor de documentación viajera. El film recoge la epopeya real, presidida por la fe y el amor, de un grupo de familias campesinas que a finales dels iglo XIX siguieron las sugerencias de un predicador evangelista para establecerse en una colonia cristiana en Tierra Santa —escenas rodadas en Marruecos—, fundada y mantenida por una filantrópica estadounidense, a la que debieron entregar el dinero obtenidocon la venta de sus menguadas propiedades.
Se evocan aquí los ilustres antecedentes fílmicos y teatrales de Dreyer —la denuncia de la intolerancia en Dies Irae (1943)—, de Bergman —el testimonio de agnosticismo en El último sello (1957) y Los comulgantes (1963)— y de Arthur Miller —el análisis de la alienación violenta en Las brujas de Salem— pero se constata pronto que el beligerante punto de vista de los ejemplos citados se diluye ahora en una cierta ambigüedad que no es otra cosa que voluntad de evitar todo maniqueísmo, lo que permite la coexistencia en el retrato entre apología de una arraigada fe cristiana y las aberraciones neuróticas a que puede llevar una religión apoyada en la irracionalidad, en el desmedido sentido de culpa y en la necesidad de un sacrificio personal más allá de toda mesura.
La estructura de Jerusalén no es la de un film-río, con transcurso de un largo período de tiempo, la sucesión de generaciones y el paso de las estaciones del año, salpicado de incidencias dramáticas que incluyen herencias, accidentes, peleas, amores frustrados, nacimientos y muertes… en una saga colectiva que no es sino la suma de historias individuales que vienen a materializar el conflicto de éticas diferentes en el que todas las posturas aparecen justificadas y que no constituye un riguroso documento histórico sino un intento de desentrañar un enigma psicológico.
Bien interpretada por un conjunto de magníficos actores de procedencia escénica, el film no se hace pesado aun con una duración de casi tres horas y la conclusión que, pese a lo antedicho, saca el espectador es la de haber asistido a una aventura insensata en al que un colectivo de campesinos pobres e ignorantes, angustiados por la idea del fin del mundo y sublimada su libido a través de una religiosidad represiva, intentó emular la vida de Cristo pasando por encima de penalidades e incluso de la muerte.
Afortunadamente, el final se inclina por una óptica esperanzadora. Se puede apreciar claramente el contraste entre la vida en Suecia —verdes paisajes, agua, amor de pareja— y en la desolada Palestina —entorno árido y pedregoso, lucha entre religiones, castidad forzosa, cementerio rodeado de luto y el dolor—.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.