(3) HAMAM, EL BAÑO TURCO, de Ferzan Ozpetek.

ORIENTE Y OCCIDENTE
Una co-producción italo-hispano-turca realizada con escasos medios pero con sensibilidad y talento, el primer film realizado por Ferzan Ozpetek tras un amplio aprendizaje cinematográfico con célebres realizadores europeos, que estuvo presente en la Mostra de Valencia y en los festivales de Cannes y San Sebastián.
Hamam, el baño turco es un reflejo de la propia experiencia vital de Ozpetek y narra la coexistencia entre dos culturas, la italiana y la turca, con la necesidad de tolerancia social e incluso sexual para llegar a un mutuo enriquecimiento personal. Protagonizada por el hijo de Vittorio Gassman, nos permite contemplar la crisis matrimonial de una pareja de arquitectos romanos que, en Estambul, van a ver transformada su personalidad en contacto con las nuevas costumbres y ambientes.
Una casa de baños público será el elemento, tan real como simbólico, que expresa el lugar de encuentro y el hedonismo que operarán el cambio, mostrado en el film como la nostalgia de un modo de vida sosegado y tradicional a punto de desaparecer, generador de un calor humano y de una comunicación que va a ser arrasado por una modernidad capitalista generadora de egoísmo, deshumanización y, en definitiva, infelicidad.
Este planteamiento, no exento de cierto esquematismo, viene enriquecido por una banda sonora que combina sagazmente melodías orientales y occidentales pero, sobre todo, por un hábil guión que logra dar coherencia al relato mediante una herencia como motivo del desplazamiento del matrimonio protagonista a tierras turcas, la historia de la vieja “madame” fallecida con la que acaba identificándose la esposa con una decisión que viene a consumar el mestizaje cultural, la decisiva presencia de ritos y de objetos personales, todo ello aureolado por un clima de fascinación y de magia que es puerta abierta que invita a la aventura.
Los cinéfilos podrán evocar, sin duda, la influencia de Te querré siempre (1954) de Roberto Rossellini y de Oriente y Occidente (1983) de James Ivory, con la importancia del contexto en las relaciones interpersonales, a lo que se debe añadir aquí una reivindicación del espíritu hippy, aquel movimiento de los años 60 que apelaba al desprendimiento de toda ambición material y al amor universal.
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