(4) EL DULCE PORVENIR, de Atom Egoyan.

PAISAJE HUMANO TRAS LA TRAGEDIA
Con esta adaptación de la novela de Russell Banks, Atom Egoyan nos confirma que se encuentra entre los más relevantes cineastas actuales, no solo por los premios recibidos en Valladolid y Cannes sino porque su estilo, una mezcla de complejidad y ambigüedad, se erige en modelo de cine moderno por la sabia coexistencia entre rigor y elegancia, serenidad y expresividad, densidad emocional y referente ético sin sentimentalismo ni moralismo.
Este retorno, en cierto modo, al universo de El liquidador (1991) es un relato en torno a la familia, las generaciones y el dolor que se articula mediante dos bloques temporales que se van alternando: antes del accidente del autobús escolar que se hunde en las congeladas aguas de un río todo rezuma normalidad y alegría, mientras que tras la tragecia todo es tristeza y desolación. Esta particular estructura narrativa no es caprichosa sino que enriquece la película al poder convertir al abogado en elemento catártico que viene a desvelar las complejas y contradictorias relaciones de los habitantes de la pequeña comunidad canadiense, movidos por variados resortes que van del ansia de dinero al afán de venganza, del inevitable recuerdo al deseo de castigo y de la nostalgia por los hijos perdidas a la necesidad de olvido. En todo caso, el factor humano, la falsa confesión de la conductora, viene a dejar las cosas como estaban.
El dulce porvenir es un film que mezcla de manera prodigiosa el realismo, la poesía y la mitología gracias a esa dimensión metafórica que aporta no solo la imagen inicial y final de la familia unida y feliz, sino también la fábula del flautista de Hamelin, con esa posibilidad de controlar los destinos de los demás por parte de algunos personajes, especialmente la conductora de bus y el abogado.
Historia triste sobre unos personajes a la deriva, sin presente ni futuro, a los que solo queda el recuerdo: ejemplar relato dominado por la objetividad sin que el director imponga su punto de vista; prodigiosa capacidad de sugerencia sin subrayar nada; denso repertorio de emociones lejos de toda sensiblería. El dulce porvenir se convertirá en uno de los mejores títulos del año. Lo justifica no solo su hondo contenido humano sino también las excelentes imágenes del film su fuerza expresiva abierta a la libre reflexión del espectador, con una magnífica foto en color y scope que permite observar a la vez rostros, cuerpos, ambiente doméstico y Naturaleza, y con una música al modo de antigua melodía religiosa, con flauta, que viene a evocar tanto la “misión” justiciera del abogado como la congoja de los supervivientes en ese terrible lugar sin niños.
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