(2) ABRE LOS OJOS, de Alejandro Amenábar.

NADA ES LO QUE PARECE
Con su opera prima Tesis (1996), Alejandro Amenábar confeccionó un contundente ejercicio de estilo revelando una joven promesa capaz de sostener una trama de intriga juvenil sobre la realización de películas snuff con un inteligente despliegue narrativo. En su segunda película, el director hispano-chileno aborda con una notable dosis de riesgo y ambición el tema de la creación de mundos virtuales y la consecuente manipulación de la mente apoyado en un género que domina, aquí un inquietante thriller psicológico sustentada con una trama de ficción científica.
Abre los ojos comienza, no obstante, como una convencional comedia sobre la amistad y la traición desde una óptica juvenil, pero pronto el espectador se da cuenta de que nada es lo que parece, las apariencias revelan una realidad onírica, un confuso sueño donde realidad y ficcion se fusionan quebrando cualquier frontera.
Tras sufrir un accidente que le desfigura el rostro, el joven protagonista (Eduardo Noriega) se sumerge progresivamente en el desasosiego, en un estado de terror que deriva en esquizofrenia, revelando los estados de soledad e incomunicación en los que vivía. La lucha por recobrar el rostro, base de su identidad y autoestima, así como su cordura, se ven afectadas por la traición de su mejor amigo (Fele Martínez) y las artimañas de dos estereotipos femeninos, la mujer maternal (Penélope Cruz) y la mujer fatal (Najwa Nimri). Incapaz de reconocer los límites de su propio ser, el protagonista es vencido por el vértigo interior que hace que todo parezca irreal e ilógico.
Todo muy bien representado en la pantalla, aunque puede resultar excesivamente difuso y embrollado para el espectador. El mundo de la locura y de lo onírico ya había sido reflejado anteriormente en el cine, con resultados más espectaculares que este, si bien se reconoce el talento del joven Amenábar a la hora de desplegar el discurso cinematográfico.
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