(3) WILDE, de Brian Gilbert.

ÉXITO NO EXENTO DE DESDICHA
Brian Gilbert había realizado ya con Tom & Viv (1994) una correcta aproximación biográfica al poeta inglés T. S. Elliot unos años antes de abordar esta adaptación del libro de Richard Ellman sobre el dramaturgo, novelista y poeta Oscar Wilde (1854-1900), hombre dotado de un amplísimo bagaje cultural y sobre cuya figura, en los años 50, se habían realizado ya un par de excelentes películas en las que la censura había camuflado toda referencia a su condición sexual y al rechazo social consiguiente.
El realizador comienza su film con la estancia del protagonista en Estados Unidos y Canadá para dar una serie de conferencias durante el año 1883. Casado y con dos hijos, a los que amaba profundamente, su brillantez y su genio, su carácter sensible y extravagante le convirtieron en un dandy cultivador de la belleza y en un “moderno” obsesionado con la estética. Pero un joven estudiante canadiense lo sedujo y despertó en él tardíamente unas nuevas vivencias sexuales que encontraron la comprensión de su madre, una viuda culta y liberal interpretada por Vanessa Redgrave, pero que provocaron la repulsa y la indignación de la puritana e hipócrita alta sociedad inglesa de las postrimerías de la era victoriana.
Y así, Wilde conoció el éxito y al fama gracias principalmente a unas comedias en donde utilizaba la ironía y la paradoja para satirizar con sutileza los tópicos y convenciones sociales vigentes entre la distinguida gente que retrataba cuando en 1985 estalló el escándalo al ser acusado públicamente de obscenidad y sodomía por el padre de su joven y noble amante, perdiendo ante los tribunales un pleito como víctima de difamación y siendo condenado finalmente a la pena de dos años de trabajos forzados en una siniestra prisión. La película finaliza con su exilio en París, y viudo, con la prohibición legal de ver a sus hijos.
El interés de Wilde radica en su honesta aproximación a la polémica figura del escritor irlandés, con una óptica tan alejada de moralismo como de la apología en un intento de conseguir una objetividad con la que mostrar tanto su compleja personalidad como el contexto que le rodeaba, una sociedad en la que todavía se confundían los preceptos de ley y moral, de delito y pecado.
Stephen Fry encarna de forma excelente al protagonista; la realización es eficaz y funcional, sin esteticismos gratuitos; los decorados y vestuario recrean con fidelidad la segunda mitad del siglo pasado y las abundantes citas literarias hacen partícipe al espectador del punto de vista de Wilde sobre diversas cuestiones. Film estimable, pues, que no plantea la homosexualidad como un vicio o una enfermedad sino como una forma diferente y legítima de vivir la propia sexualidad y que, en este aspecto, define a Wilde como precursor de la liberación gay que eclosionaría 65 años después.
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