(1) NIRVANA, de Gabriele Salvatores.

EL ESTADO DE AUTOCONCIENCIA
El paso de Gabriele Salvatores desde la fábula humanista de Mediterráneo (1991) al resbaladizo terreno de la ciencia-ficción, género propicio a toda clase de camelos metafísicos engullidos por el abuso exhibicionista de una gran variedad de efectos especiales, viene a poner de relieve la grandeza y la miseria de la profesión cinematográfica.
Con un pésimo guión y unos personajes demasiado elementales, con unos diálogos deleznables y unas situaciones propias de vulgar tebeo futurista, Nirvana falla principalmente por la ausencia de un punto de vista narrativo coherente que articule el batiburrillo inconexo de referencias filosóficas y fílmicas, de citas icónicas, sociológicas e ideológicas que pretenden conferir al producto un aire de qualité que justifiquen el enorme esfuerzo financiero e industrial volcado en un film franco-italiano nacido con le propósito de emular la espectacularidad de las películas estadounidenses, recurriendo incluso al vestuario diseñado por Giorgio Armani.
Desde Shakespeare y Calderón hasta Pirandello ha sido frecuente el tema de las relaciones entre el autor y sus obras que cobran vida propia y se rebelan, de las difusas fronteras entre realidad y apariencia, la confusión entre lo verdadero y lo imaginario, entre sueño y vigilia. Lo que hace Nirvana es envolver todo este bagaje cultural con el brillante ropaje estético del pop-art y la psicodelia, trivializándolo con efectismos propios de las nuevas tecnologías, de imágenes virtuales, el diseño digital y la creación audiovisual por medios electrónicos, ignorando que el verdadero talento se halla en otros campos: en el rigor de las metáforas, en la solidez del discurso ético y en la poética de lo misterioso.
Christopher Lambert y la bella Emmanuelle Seigner, esposa de Roman Polanski, poco pueden hacer para elevar el nivel de este relato pretencioso y bastante confuso ambientado en el año 2005, en una ciudad rodeada de grandes barrios marginales, verdadero conglomerado cosmopolita de razas y culturas, en el que las ideas no han sabido plasmarse adecuadamente y que termina con un mensaje nada novedoso: una reivindicación del romanticismo frente al poder amenazante de las máquinas.
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