(4) MARTÍN (HACHE), de Adolfo Aristaráin.

UNA RAZÓN PARA VIVIR
A partir de las difíciles relaciones entre un padre divorciado (Federico Luppi) y su hijo adolescente (Juan Diego Botto) enmarcadas en el origen argentino de ambos y el establecimiento del primero, director de cine, en España, la última película del siempre comprometido Adolfo Aristaráin plantea un amplio, complejo y sugestivo repaso a las inquietudes, dudas, errores y esperanzas de los seres humanos, en sus actitudes intelectuales y sentimentales, sus estados de ánimo, sus aspiraciones vitales y profesionales… en definitiva, sus soluciones o interrogantes para consigo mismos y con sus semejantes.
En el curso de unas semanas, cuatro personajes protagonistas se encuentran y reencuentran de diferentes maneras: de dos en dos, de tres en tres, o todos reunidos. Todos tienen vínculos entre sí, aunque el eje es ese director de cine —un sensacional Federico Luppi, premio de interpretación en el recientemente concluido festival de San Sebastián— que ejerce de padre del muchacho, amante de la joven montadora (Cecilia Roth) y amigo del conflictivo actor (Eusebio Poncela). Familia, amor y amistad son los referentes fundamentales de esta emocionante y honesta aproximación, casi con carácter de balance, a la sitaución de unas vidas, que son las de todos nosotros, en el contexto actual.
La riqueza del guión y de los diálogos, la ausencia de juicios y prejuicios en torno a las decisiones y argumentarios que cada personaje pueden expresar, así como al tono en que lo hagan, una narración fluida y una planificación atenta a los movimientos de los personajes, convierten el film en una obra modélica, de urgente visión, de una fuerte carga didáctica para todo aquel que tenga ganas de que el cine le ayude a pensar.
La condición de director del protagonista, así como también la de actor del amigo o de montadora de la amante, y el hecho de estar preparando la realización de una nueva película dotan al relato de una particular connotación sobre el proceso de creación y producción, paralelos al proceso de saber por qué se vive y por qué se quiere vivir. Ello sirve para desvelar el propio juego del film que estamos viendo, las razones por las que está planteada así y no de otra manera, superando maniqueísmos y anécdotas en beneficio de la universalidad de sus reflexiones.
Cuatro excelentes actores contribuyen con su tremendo esfuerzo a la perfecta comprensión de los planteamientos de Martín (Hache), que no dudaría en considerar un obra maestra de no ser por algunos contadísimos desfases de planificación o amaneramiento que derivan en exceso de teatralidad. Pero esos ínfimos deslices no pueden empañar lo que de sólido y abierto tiene un discurso que, en definitiva, está apostando por la búsqueda de la lealtad y de la coherencia, dos de los elementos más imprescindibles que yo conozca a la hora de enfrentarse a los roles de todo ser humano: familia, amor, amistad, trabajo, sexo…
Imprescindible.
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