(1) DESPUÉS DE UNA NOCHE, de Mike Figgis.

LAS IMPLICACIONES MORALES DE LA INFIDELIDAD
Nos encontramos ante un cine con mucha máscara y poca nuez, de brillante envoltorio, formalmente atractivo pero con personajes sin la profundidad ni la riqueza psicológica necesaria donde el capricho y el azar sin el principal recurso empleado para hacer avanzar el relato. Se repite así la confusión entre “cine moderno” y estética de videoclip, es decir, cuidadas imágenes, caprichosos fundidos a negro y una muy selecta banda sonora musical que integra desde música clásica al jazz, todo ello sin olvidar una vez más las aportaciones de la Nueva Ola francesa en cuanto al libre tratamiento del factor espacio-temporal en la narración.
A Mike Figgis, sin embargo, no se le puede negar la condición de osado y liberal que, en tiempos de retorno al puritanismo y al pensamiento único, se traduce aquí en una apología del uso del tabaco, escenas sexuales bastante explícitas, un romance interracial, la comprensión ante el SIDA y el desenlace resuelto mediante un doble divorcio. Pero el problema no reside en el qué sino en el cómo, ya que una dramaturgia equivocada y superficial otorga a los personajes una insuficiente definición de caracteres y es incapaz de dedicar el tiempo adecuado para mostrar su evolución y evitar el estancamiento narrativo.
Nos hallamos ante un drama romántico protagonizado por gente guapa, rica y sin prejuicios. Wesley Snipes hace de exitoso director de publicidad residente en Los Ángeles y Natassja Kinski es una ingeniera aeronáutica de Nueva York, los dos polos geográficos donde se desarrolla esta historia de doble infidelidad conyugal, una aventura amorosa nada episódica que marcará decisivamente sus vidas. Porque si Breve encuentro (1945) y en Estación Termini (1953) la relación adúltera acababa con fuertes sentimientos de culpa y remordimiento, en Después de una noche la arrolladora pasión es vivida hasta las últimas consecuencias personales y familiares. Evidentemente, los tiempos han cambiado.
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