(1) CARNE TRÉMULA, de Pedro Almodóvar.

LABERINTO DE PASIONES
Tras la buena crítica vertida a este film por una parte de los profesionales de este país debo preguntarme si se han vuelto todos locos o si, atrapado en mis prejuicios, soy incapaz de valorar adecuadamente la “maestría” del famoso realizador manchego. Porque Carne trémula me ha decepcionado, no he entrado en la historia, no me he creído a la mayoría de personajes, no me han fascinado sus pasiones ni he encontrado verosímiles los lazos que les unen.
Se trata de una muy libre adaptación de la novela de Ruth Rendell, con un guión que es antes complicado que complejo y que erige al personaje de Liberto Rabal, un joven perdedor y marginado aunque atractivo, en eje del relato, en objeto de deseo femenino cuyas truculentas peripecias hacen avanzar la acción, produciendo un efecto de catarsis en cuantos le rodean. Esta dimensión psicoanalítica de la libido no es nueva en el cine almodovariano pero, una vez más, su película no se apoya en la evolución de los personajes sino que es resultado de un proceso de acumulación de diversos materiales temáticos y narrativos que van desde la experiencia autodidacta del cineasta a las abundantes citas cinéfilas, de la droga a la cárcel y de la fuerza del destino a la presencia de la muerte, constituyendo un puzzle sin la coherencia ni el equilibrio necesarios para construir un realismo más profundo de lo que apuntan las meras apariencias.
Y así, pese a los esfuerzos que evidencia el film para enhebrar la multitud de ideas dispersas y confeccionar un discurso riguroso, ni la construcción circular del guión ni el sólido andamiaje industrial con que ha contado —relevante reparto de actores, cámara ágil y expresiva, fotografía de calidad, fragmentos musicales pegadizos, etc.— Carne trémula hace aguas porque el capricho y el azar han sido los verdaderos motores que impulsan y determinan las relaciones humanas. Y al fallar la dramaturgia, las auténticas motivaciones de los personajes, la imagen ha tenido que ser rellenada con los más variados objetos del decorado para lograr un impacto visual que compensara sus carencias.
Falla también el intento de conjugar las peripecias individuales con el contexto histórico español de cada momento, desde el franquismo con el discurso de Fraga declarando el estado de excepción en 1970 a la euforia de los años 90 con los Juegos Olímpicos o la especulación inmobiliaria, operación que permitiría reconvertir el dramón desmadrado a la poco justificada conclusión de que todo va mejor con la libertad de los nuevos tiempos.
Si se pretende adornar a Almodóvar con la etiqueta de maestro del melodrama, yo seguiré creyendo que sus intentos de emular a los grandes del género como King Vidor, Douglas Sirk o R. W. Fassbinder son bastante estériles. Su distancia es la misma que separa, en el terreno musical, a Luis Cobos y su caja de ritmos de la Orquesta Sinfónica de Berlín bajo la batuta de Claudio Abbado. Ni más ni menos.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.