(4) FUEGO, de Deepa Mehta.

MUJERES ENAMORADAS
A Deepa Mehta, realizadora de origen hindú nacida en 1949 y afincada desde hace más de 20 años en Toronto (Canadá), la conocioms por su discreto film Freda y Camila (1994), un canto a la amistad entre una anciana y una joven muy aficionadas a la música. Ahora nos sorprende gratamente con Fuego, un excelente relato dramático de cuyo guión es también autora. De nacionalidad canadiense pero con largas estancias en la India, ella era sin duda la cineasta más adecuada para narrar esta historia familiar ambientada en la Nueva Delhi actual, una crónica psicológica y a la vez social cuya valentía en su temática y lucidez en su tratamiento vehicula una fuerte carga de dinamita contra las más arraigadas tradiciones hindúes.
La directora asume un punto de vista sobre la realidad de su país de origen, a la vez comprometido y distanciado. Su retrato de la familia de clase media está elaborado con una serie de valores típicamente feminista, en un ambiente asfixiante en el que se materializa la contradicción entre la llegada de la modernidad —tecnología, desarrollo económico— y la pervivencia de atavismos —el matrimonio concertado—, con un progreso material que no puede evitar la persistencia de normas y costumbres caducas.
En este contexto el deseo de la mujer está condenado a la más absoluta frustración por el egoísmo y la prepotencia de los maridos, pero las protagonistas no se resignan a la desgracia, a la soledad, sino que se rebelan contra su injusto destino. La compasión y el afecto mutuo van transformándose en una sensualidad que consagrará el amor lésbico como vía de escape y liberación, pese a la condena generalizada de cuantos las rodean.
Magistral melodrama, lejos de todo esquematismo, capaz de hacer compatible el lirismo y el desgarro, los sentimientos y la cruda realidad para alcanzar los niveles de una complejidad que nunca confunde las ideas con el dogmatismo. Lejos de toda tentación folklórica y de cualquier fácil exotismo, Fuego alcanza la significación de una tragedia contemporánea y, pese a la aparente sencillez de su puesta en escena puede equipararse sin reparo alguno a la hondura trágica del mejor Arturo Ripstein y al humanismo esencial de los grandes clásicos del cine oriental, Ozu y Mizoguchi principalmente.
Inteligente y emotiva, la anoto como una de mis películas favoritas del año.
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