(1) CAMINO A LA GLORIA, de Maria Giese.

SUEÑOS DE GRANDEZA
Dentro del limitado panorama del cine sobre el deporte, y sobre el fútbol en particular, Camino a la gloria vendría a ser la versión revisionista de aquella obra emblemática del Free Cinema británico que fue El ingenuo salvaje (1963), en la que Lindsay Anderson trazaba la trayectoria profesional, económica y social ascendente de un jugador de rugby a cambio de su progresivo hundimiento moral y el olvido de sus modestos orígenes familiares y sociales.
En esta ocasión, la visión del contexto social de las clases populares no deja de ser un simple telón de fondo en el que al obrero solo le queda la salida del alcohol, la ludopatía y la muerte en accidente laboral, por lo que la lucha final del protagonista para convertirse en un brillante futbolista de la Premier League será la salida “natural”, como triunfador, en una sociedad y en unos tiempos regidos por el pensamiento único: el éxito individual y la riqueza como principal meta.
Ciertamente estamos lejos del radicalismo de Peter Handke en El miedo del guardameta ante el penalty (1971) de Wim Wenders, donde un modesto portero de tercera división iniciaba, tras su expulsión en un partido, un camino de degradación que concluía con el asesinato de la taquillera de un cine. Ni siquiera encontramos en Camino a la gloria el rigor y la lucidez de los films de Ken Loach, una puesta al día de los supuestos formales e ideológicos del Free Cinema en una sociedad vapuleada por el liberalismo thatcheriano. En la película de Maria Giese el contexto y las clases sociales se difuminan en problemas y en decisiones meramente personales utilizando como vehículo expresivo los resortes del melodrama convencional.
De esta manera, las ideas dejan paso a los sentimientos, y el protagonista encarnará el triunfo de la voluntad tras rozar la tragedia en un final feliz que evita meditar sobre la fugacidad de la gloria deportiva o sobre la construcción mediática de mitos obviando la miseria humana subyacente, para entonar un canto optimista, sin dudas ni contradicciones.
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