(2) EL ESCÁNDALO DE LARRY FLYNT, de Milos Forman.

LIBERTAD DE EXPRESIÓN
El último film de la escasa filmografía de Milos Forman, un cineasta checo afincado en Estados Unidos tras la Primavera de Praga, es una producción del liberal Oliver Stone y logró, no sin polémicas, el Oso de Oro en el festival de Berlín. Se trata de una biografía de Larry Flynt, el propietario de un club de striptease que se convirtió en magnate de la prensa pornográfica estadounidense —en su versión light, con artículos, chistes y fotos lascivas e irreverentes— haciendo de la revista Hustler un medio popular del género frente al culturalismo y el refinamiento gráfico de Penthouse o Playboy, con cifras millonarias en ventas gracias a sus dosis de sensacionalismo, escándalo y provocación que tanto ofendieron a las buenas conciencias de la Norteamérica de los años 70 y 80.
La vulgaridad, el exhibicionismo circense y el mal gusto del protagonista y de su esposa —interpretada por la cantante Courtney Love—, tan prósperos en su negocio como sumidos en una espiral de autodestrucción por el consumo de drogas, le sirven paradójicamente a Forman para entonar un canto a la libertad de expresión y de prensa reconocidas tras no pocos pleitos por el Tribunal Supremo en aplicación de la Primera Enmienda de la Constitución USA, condenando toda forma de censura y advirtiendo de que nadie está obligado a adquirir y consumir los productos considerados obscenos.
Sin el rigor de Mankiewicz, Altman o Tim Robbins a la hora de diseccionar las contradicciones y miserias del sistema establecido, es justo reconocer la honestidad de un Forman que, con un estilo de farsa, recurriendo al humor y la sátira, pone en la picota a una sociedad dominada por la hipocresía y la doble moral —se condena la pornografía pero no la violencia— puritana y siempre dispuesta a emprender una cruzada contra los descarriados.
El realizador ha conferido a su película una notable brillantez formal, con actores estupendos, una fotografía perfecta, decorados suntuosos, un ritmo que no decae y una cámara que, pese a tanta modernidad, se mueve de forma escueta, con sobriedad clásica, para retratar la visión hedonista de los Flynt.
El escándalo de Larry Flynt deja entrever que el empresario tenía más interés por el dinero que por la libertad, aun siendo ésta necesaria para sus negocios, al tiempo que refleja las contradicciones del personaje: víctima de un atentado y encarcelado por una parte pero un verdadero déspota en el interior de su empresa. No les falta razón, sin embargo, a quienes tachan la obra de excesivamente frívola y superficial, a modo de caramelo envuelto en bonito papel de celofán para favorecer su venta, idea que es reforzada por el hecho de que un film como éste sobre la obscenidad y su legitimidad no contenga ni una sola imagen obscena.
El film es una llamada de atención en estos tiempos de pensamiento único, de inquisiciones y de censuras más o menos camufladas. La prohibición en varios países de su cartel publicitario —el protagonista crucificado sobre un pubis femenino y con una bandera de barras y estrellas a modo de slip— es todo un síntoma.
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