(4) KANSAS CITY, de Robert Altman.

CRÓNICA NEGRA EN SWING
Robert Altman, un cineasta independiente reacio a acatar las recetas tradicionalistas de Hollywood, tras el fracaso de Pret-a-porter (1994) regresa a su Kansas City natal para recrear un mundo del que conserva abundantes recuerdos de infancia y adolescencia y el resultado es un film magistral caracterizado por la madurez, la profundidad y el rigor narrativo, sin concesiones al sentimentalismo ni a la moralina, que siendo una crónica negra de época nunca se convierte en un producto retro decorativista sino en un relato vivo cuyos elementos expresivos resultan plenamente funcionales.
Causa admiración la estructura interna de esta espléndida película cuyo guión alterna continuamente tres o cuatro líneas narrativas hasta hacerlas convergentes al final merced a un montaje experto e imaginativo que muchos han comparado con la música, con un tema melódico inicial y posteriores improvisaciones jazzísticas.
Afirma Altman que en Kansas City apenas hubo Depresión y prohibición, lo que facilitó la proliferación de clubs de jazz frecuentados por las más destacadas figuras del momento. Por ello, sin duda, el local regentado aquí por un Harry Belafonte sensacional se erige en el espacio medular alrededor del cual se ordena y desarrolla el relato; jam-sessions en la planta, juego y alcohol en el sótano y mirones pobres en los altillos. Fuera, por las calles y en otras casas, dos mujeres —Jennifer Jason Leigh y Miranda Richardson— pasean sus particulares alienaciones buscando escapar de una realidad insatisfactoria.
De nuevo podemos admirar al mejor Altman. Un film en gran medida coral cuyas diferentes secuencias están vertebradas, unidas y dotadas de sentido por una serie de piezas de jazz, destacando por ejemplo la del brutal asesinato del chófer negro, entre dos interpretaciones, mientras el jefe se distrae contando un chiste racista.
No olvida tampoco el realizador contextualizar la historia con un profundo alcance crítico: las elecciones presidenciales, los acuerdos tácitos entre políticos, policía y gángsteres en perfecta convivencia pacífica, haciendo prósperos negocios mientras resuelven con discreción “molestos” incidentes como robos, secuestros y asesinatos. Que no pare, pues, la música mientras la gente ya no se diferencia por su honestidad o indecencia sino por su riqueza o pobreza, es decir, por su cuota de poder en la sociedad.
Excelentes ambientación, escenografía y fotografía contrastada y en claroscuros como marco expresivo de unos personajes, conflictos y una música que componen una crónica que viene a hacer realidad, sin pizca de nostalgia, la memoria de un cineasta excepcional.
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