(3) SHINE, EL RESPLANDOR DE UN GENIO, de Scott Hicks.

MELODÍA INTERRUMPIDA
Esta producción entre Australia y Gran Bretaña es un relato autobiográfico sobre David Helfgott que, mediante un largo flashback que ocupa casi la totalidad del metraje, nos cuenta su dramática peripecia vital, con su estricta familia judía superviviente del holocausto nazi y la nefasta influencia de un padre castrante que impide que el talento musical de su hijo se desarrolle aprovechando becas para estudiar piano en Estados Unidos y en Inglaterra. Los ecos temáticos de Al Este del Edén (1955) de Elia Kazan y de Woody Allen —los tics represores de la tradicional familia hebrea— favorecen una visión psicoanalítica que permite explicar la enfermedad mental del protagonista con una figura paterna omnipresente y amenazante movida por complejas y contradictorias motivaciones que van del egoísmo al amor, de la disciplina neurótica a la excesiva protección y del propio trauma infantil —el violín roto por su padre— a la simple envidia.
Un fracaso educativo y un desastre humano, en suma, de los que emerge cual delirio en estercolero el genio musical del adolescente australiano, rebelde con causa que nos permite escuchar en la banda sonora las más bellas páginas pianísticas jamás escritas, utilizando desde los desafinados teclados escolares a los magníficos “colas” de los auditorios, con partituras de Vivaldi, Schumann, Beethoven, Chopin, Rimsky-Korsakov, entre otros, hasta erigir en leit-motiv de la película el monumental y virtuosísimo Concierto nº3 para piano y orquesta en re menor, op. 30 de Rachmaninoff, estrenado por su autor en Nueva York.
El resultado es un melodrama de algo voltaje emotivo, sin duda un ejemplo de lo que puede ser el moderno romanticismo, con esa mezcla explosiva de trauma familiar, locura, necesidad de afecto y genio musical, todo ello arropado por acordes melódicos de sublimes pentagramas.
Shine presenta la corrección y la dignidad de gran parte del cine australiano actual, con una fotografía estupenda de Geoffrey Simpson y unos actores solventes entre los que reconocemos a Lynn Redgrave y a John Gielgud. El relato acaba con un final feliz, posiblemente real, con la muerte del padre y un matrimonio satisfactorio que viene a materializar simbólicamente el lema de sobrevivir y de sobreponerse al fracaso que permite a David salir de su infierno particular para terminar triunfando de nuevo en una sala de conciertos.
Un film, pues, muy recomendable para melómanos y para adictos al melodrama romántico, con esa visita final al cementerio judío que viene a representar la resurrección personal del protagonista.
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