(3) GABBEH, de Mohsen Makhmalbaf.

LA VIDA ES COLOR
El escaso cine iraní que ha llegado a nuestras pantallas —A través de los olivos (1994) de A. Kiarostami o El globo blanco (1995) de J. Panahi—, lleno de encanto y fascinación, tiene una digna continuidad con Gabbeh, exhibido con gran éxito en el festival de Sitges, un film que viene a demostrar que a veces hay relación de causalidad entre vida y obra artística: su actriz protagonista quiso interpretarlo para poder salir al extranjero y reunirse así con su amado en Cannes.
Gabbeh es resultado de una sugestiva mezcla entre realidad y fantasía, un cuento o fábula oriental no naturalista en la que los conceptos de tiempo y espacio adquieren una dimensión eminentemente poética. Así pues, la vida cotidiana de una tribu seminómada por el sudeste iraní ni constituye un documento antropológico de validez científica sino que está dominada por un carácter legendario que le permite integrar en su discurso elementos de muy diversa procedencia: costumbres ancestrales en torno a la vida y la muerte; el paso de las estaciones del año; los vistosos vestidos femeninos y las canciones; el ganado de ovejas, la lana y su tinte natural para confeccionar a mano los famosos tapices persas, cada uno de los cuales con figuras que cuentan una historia diferente; el aprendizaje de los niños en la escuela ambulante, etc.
Hay una relación directa entre naturaleza y el colorido de los tejidos, entre la vida de cada día y el imaginario colectivo que se traduce en las figuras plasmadas en las telas.
Gabbeh, con su corta duración, es una rara y pequeña joya cinematográfica que nos seduce inmediatamente con sus hermosas imágenes y con la humanidad de las historias que narra, llenas de sencillez, ingenuidad y ternura.
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