(3) MICROCOSMOS, de Claude Nuridsany y Marie Perennou.

OBSERVAR LA NATURALEZA
Existen muchas clases de documentales, clasificados tanto por el sector de realidad sometido a estudio como por el sistema formal utilizado para ello: sociopolítico, de arte, deportivo, geográfico, etc. Uno de los subgéneros más comunes es el documental de Naturaleza, y más específicamente, el que retrata a los animales y sus actividades en el medio natural donde viven. Walt Disney, en los años 50, fue el pionero de esta modalidad fílmica pero su punto de vista eminentemente antropológico se inclinaba antes por el humor que por el estricto rigor científico. Hoy en día son abundantes y exitosas las series televisivas sobre el mundo animal y yo destacaría especialmente la serie La vida a prueba de David Attenborough, sobresaliente en dotes de observación, sistematización y altura de conceptos.
Premiado en el festival de Cannes por sus cualidades técnicas, Microcosmos es también un documental, aunque algunos lo han calificado como “ficción natural” por sus relevantes dosis de espectacularidad. A lo largo de sus 75 minutos asistimos absortos a las evoluciones de los invertebrados, insectos en su mayoría, ubicados en una pradera de la región francesa de Aveyron y filmados las 24 horas de un día de verano. Quince años de investigación y preparación más tres de rodaje y montaje han efectuado el pequeño milagro de que podamos observar lo que suele pasar desapercibido por su pequeñez o rapidez gracias a una excelente fotografía en color, a los brillantes resultados de la microfotografía y a unos sofisticados movimientos de cámara que, aunando recursos ópticos e informáticos, nos permiten contemplar con todo detalle las criaturas que pueblan un mundo tan fascinante como oculto.
Los responsables del logro son los parisinos Claude Nuridsany y Marie Perennou, doctores en Biológicas, expertos fotógrafos de la Naturaleza y autores de varios libros y documentales para TV en torno a animales y plantas. Una breve introducción con la voz de su productor, Jacques Perrin sirve de pórtico a este atractivo documento en el que la violencia consustancial a todo proceso biológico ha sido sustituida por el humor y en el que la visión de lo insólito hace que nos adentremos en el mágico terreno de lo fantástico.
Una paciencia sin límites, docenas de repeticiones de tomas y un cierto grado de manipulación —insectos controlados, estimulados y forzados a determinadas actividades—, así como una rica banda sonora compuesta tanto por ruidos naturales como por música escrita expresamente para el film, dan como resultado un sugestivo espectáculo que gustará a los curiosos amantes de la Naturaleza.
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