(3) LA VOZ DE LA LUNA, de Federico Fellini.

EL TESTAMENTO FÍLMICO DE UN VISIONARIO
El último film que hizo Fellini, uno de los más grandes creadores del cine universal, se exhibe por fin en Valencia, un año después de su estreno en Madrid y siete años de terminado su rodaje. La escasa comercialidad atribuida por la industria, pródiga en bodrios, a las últimas obras fellinianas e incluso la indiferencia de muchos cinéfilos, han condenado a La voz de la Luna —libre adaptación de una novela de Ermanno Cavazzoni, profesor de la Universidad de Bolonia— a una carrera injustamente minoritaria por cuanto hallamos en ella todos los elementos estilísticos habituales de su autor —barroquismo, onirismo, imaginación y fantasía, surrealismo— que rebasan el ámbito del estricto realismo para alcanzar las más altas cimas de la poesía cinematográfica, con una nueva mirada, más ácida y desencantada, a los temas que siempre le han preocupado: sociedad, cultura, sexo, iglesia y muerte.
El vehículo narrativo de este film “apocalíptico” —anuncio del fin de una era, la de la civilización clásica y humanista, ante la catástrofe final que conlleva el mundo post-moderno— es la “alienación”, con las andanzas de un par de locos —Salvini y Gonnella, interpertados respectivamente por Roberto Begnini y Paolo Villaggio— que conviven con seres fantasmales y que oyen voces extrañas postadoras de secretos y de misterios procedentes del fondo de los pozos y que son, en definitiva, mensajes emitidos por la Luna.
Fellini llega a la vejez y reflexiona, como narrador, a través de sus protagonistas, seres marginados y visionarios que, a modo de modernos Don Quijote y Sancho Panza, viven la quimera de reclamar la insensatez de la poesía frente a la tiranía de la razón. Con mayor radicalismo que en films anteriores, el director nos confiesa su nostalgia del pasado y su excepticismo ante un futuro en el que sólo atisba una sociedad desquiciada dominada por valores supremos como el consumismo, el entretenimiento, la telebasura, la apariencia y los ruidos.
La voz de la Luna nos habla del relativismo de la verdad y de la realidad, y constituye un ejemplo relevante de un cine personalísimo cuya visión subjetiva viene servida por unas imágenes hermosas, inquietantes, originales y apasionantes que no siempre obedecen a la lógica de un guión rigurosamente construido sino qe, de vez en cuando, se subordinan a las desmedidas obsesiones de su autor, con el resultado de algunos baches de ritmo, pérdidas ocasionales de cohesión narrativa, artificios expresivos e incluso caídas episódicas en la vulgaridad.
La importante música de Nicola Piovani, los fascinadores decorados de Dante Ferretti, y la sugerente fotografía de Tonino Delli Colli contribuyen eficazmente al logro de este pesimista testamento felliniano que es una apasionada y poética defensa de la diferencia y la subjetividad frente a una gris uniformidad y masificación del mundo contemporáneo. Una película que, se ha dicho, anuncia “la muerte de la civilización y el renacimiento de la barbarie”.
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