(3) BELLEZA ROBADA, de Bernardo Bertolucci.

ARTE Y VIDA
La presente película representa el retorno de Bertolucci a Italia después de varios años trabajando en el extranjero, una vuelta al cine intimista, no naturalista, sin mensajes explícitos pero siempre personal, subjetivo, en gran medida autobiográfico y psicoanalítico, donde los sueños y obsesiones del propio cineasta son proyectados sobre los personajes de ficción, que son utilizados como vehículos de una serie de reflexiones en torno al arte y la vida, el amor y la muerte, la belleza y el sufrimiento, etc.
En esta refinada labor creativa del autor pueden rastrearse las huellas de cineastas existencialistas como Renoir y Rossellini, así como una influencia chejoviana en la concepción del espacio —la bella campiña toscana— y del tiempo —interior y poético, mero soporte dramático para expresar sentimientos, ideas y sensaciones—.
Tras el suicidio de su madre, una joven estadounidense (Liv Tyler) se marcha de veraneo a Toscana y se aloja en casa de unos amigos más bien excéntricos. Allí despertará al amor y a la pasión. Al mismo tiempo que entabla una especial amistad con un autor moribundo (Jeremy Irons) se plantea la posibilidad de averiguar la identidad de su verdadero padre, un secreto celosamente guardado por su madre.
Así pues, la joven Lucy se constituye en eje narrativo alrededor del cual gira el resto de personajes, entrelazados con una serie de relaciones y experiencias que van a constituir su iniciación a la madurez y el fin de la adolescencia, con una pérdida de la virginidad que supone la superación de los recuerdos de la infancia y el desenlace de la freudiana búsqueda del padre.
Los habitantes de ese caserón situado en medio de las colinas y las viñas de Chianti constituyen una curiosa comunidad unida por el espíritu post-68, una reunión de artistas e intelectuales con modos de vida libres e inspirados en el hippismo que intentan alcanzar la felicidad en un reducto dominado por el arte y la belleza y que debería funcionar como refugio ante las agresiones y la crueldad del mundo exterior. Un paraíso terrenal que se mostrará inviable cuando en esta viscontiana armonía irrumpa la seductora personalidad de la turbadora protagonista y cuando la muerte amenace al dramaturgo, un enfermo terminal.
No es seguramente Belleza robada una de las mejores películas de Bertolucci. Rodada mediante planos-secuencia, con una evidente falta de dramaturgia que dé coherencia y progresión narrativa al relato, abundan en ella los “tiempos muertos” que, de modo impresionista, pretenden ofrecernos fragmentos de vida. Y precisamente tres o cuatro de esos “momentos” son lo mejor del film, breves secuencias de una intensidad lírica extraordinaria en las que el tiempo parece detenerse para provocarnos la más sublime emoción que desprenderse pueda de una mirada, un paisaje o una palabra.
Un reparto de excelentes actores, una rica banda sonora elaborada con música de diversos estilos y una fotografía contrastada, con sombras, que evita caer en el blando esteticismo de los tonos pastel, son otros tantos aciertos de un interesante y sugestivo film que medita sobre el presente y el pasado, esta vez evocado sin flashbacks y con la ayuda de fotografías y conversaciones.
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