(0) ERASER (ELIMINADOR), de Chuck Russell.

PROTECCIÓN DE TESTIGOS
Hasta el final de los años 60 no era raro encontrarse con películas que lograban conjurar arte e industria, inteligencia y espectáculo, pero a partir de los años 70, con el auge de los medios audiovisuales, los financieros ocuparon el lugar de los cineastas a la hora de diseñar la producción cinematográfica y la ley del máximo beneficio económico fue ampliando de forma implacable la sima que separa ya el cine culto, de autor, del producto concebido como simple negocio, con todos los atributos diseñados para gratificar a amplias audiencias de un nivel de exigencia intelectual bastante limitado.
Eraser (Eliminador) es un ejemplo paradigmático de film de éxito millonario en los tiempos presentes. Arnold Schwarzenegger aparece aquí como héroe asexuado e invencible, un agente especial dedicado a proteger a testigos amenazados y a luchar contra la venta ilegal de armas a la mafia rusa. Un guión repleto de tópicos y de situaciones tan previsibles como inverosímiles, diálogos para analfabetos, personajes buenos y malos de una pieza, fomento del papanatismo ante la alta tecnología, predominio de lo espectacular a base de efectos especiales y alardes pirotécnicos varios…
Pero lo peor de todo no es la inexistencia de una sola idea o emoción digna de ser aprovechada, ni la deficiente construcción de las escenas de acción, recurriendo al montaje para disimular los fallos de continuidad espacial entre planos, sino el tufo fascistoide que destila el producto. Apología de la violencia, políticos corruptos y complacencia ante el asesinato de los traidores al margen de la ley.
Los que durante años hemos trabajado para democratizar la cultura, para elevar el conocimiento y la sensibilidad de amplios sectores sociales, contemplamos decepcionados cómo el cine-basura, entendido como el genuinamente popular, ha terminado imponiendo su hegemonía. Derrotados ante la implacable ley del mercado que persigue grandes audiencias, perdida la batalla de la razón, sólo nos queda resistir ante la barbarie en espera de tiempos mejores.
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