(3) LA MUJER DEL PUERTO, de Arturo Ripstein.

DESCENSO A LOS INFIERNOS
Realizada tres años antes que la magnífica La reina de la noche (1994) y protagonizada por la misma actriz Patricia Reyes, La mujer del puerto (1991) es una película mexicana inspirada en un relato de Guy de Maupassant que narra el encuentro y enamoramiento entre un marinero y una prostituta en un burdel, resultando ser hermanos sin saberlo. Se trata de un melodrama de lo más negro y desolador que concebirse pueda, de un verdadero descenso a los infiernos de la condición humana. El grado de sordidez y de envilecimiento de los personajes es tal que diríase caricaturesco y exagerado a no ser por el sólido talento narrativo de un cineasta que utiliza el esperpento para mostrarnos con la mayor fidelidad posible los más sucios recovecos de la miseria física, psicológica y moral.
Esta vez, sin embargo, los complicados y truculentos meandros argumentales del folletín no sirven para ofrecernos una rebeldía sólo aparente pero que encubre, de hecho, un conservadurismo de fondo —un respeto a la moral social establecida avalada por coartadas sentimentales— sino que Ripstein sacude a cañonazos la razón y la sensibilidad del espectador dinamitando los más acrisolados valores familiares, económicos y éticos susceptibles de aliviar nuestras buenas conciencias.
Lástima de una banda sonora defectuosa que nos impide la completa percepción de los diálogos, muy importantes en un relato cuya peculiar estructura temporal puede hacer sospechar que el cabinista ha confundido el orden de las bobinas pero que es seguramente el método narrativo elegido para ir descubriendo la trayectoria vital de los personajes, es decir, para explicar cómo se llega a la suma degradación a partir de la misma infancia.
Unos actores excelentes en sus patéticos papeles, una cámara sabia que logra en todo momento encuadrar correctamente los planos y, sobre todo, una soberbia ambientación mediante la cual se componen el marco escenográfico perfeto para contextualizar la condición infrahumana de los personajes, la de unas clases marginales que luchan por ser felices a su manera o, sencillamente, para sobrevivir.
Arturo Ripstein nunca muestra desprecio sino una honda compasión, incluso respeto y ternura por sus criaturas de ficción, tan reales ellas, moviendo la cámara con una delicadeza poética si no fuera por el horror que despiertan las imágenes. Magistral testimonio de la marginalidad, La mujer del puerto es una película recomendable pese a la incomodidad que puede ocasionar al espectador poco acostumbrado.
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