(3) RICARDO III, de Richard Loncraine.

EL PRECIO DE LA AMBICIÓN
William Shakespeare había abordado en anteriores obras las grandes pasiones del hombre —amor, celos, codicia, incertidumbre, etc.— y en Ricardo III personificó la ambición del poder narrando dramáticamente el tramo final de la vida del duque de Gloucester, hermano menor de Eduardo IV, que reinó brevemente entre 1483 y 1485 tras usurpar el trono a su sobrino Eduardo V y haber adoptado formas de gobierno tiránicas ante el complot de la nobleza, que acabó derrotándolo en la batalla de Bosworth bajo el mando de Enrique Tudor.
Pero si en 1956 Lawrence Olivier respetó en su film la época tardomedieval del original escénico, 40 años después el guión de Ian McKellen —un prestigioso actor teatral— y de Richard Loncraine —realizador de TV con una gris carrera cinematográfica— sitúa el conflicto en una ficticia Inglaterra de 1930, tras una guerra civil, coincidiendo con el ascenso de los fascismos en Europa, lo que le permite utilizar la iconografía —uniformes, gestos, decorados, etc.— de los totalitarismos del momento.
Premiada con el Oso de Plata a la mejor dirección en el último festival de Berlín, Ricardo III es una adaptación muy libre de la obra shakespeariana con supresión de algunos largos parlamentos y con la resolución de los monólogos mediante miradas del actor a la cámara. Una cuidada ambientación y vestuario, con la adecuada utilización de edificios históricos británicos como telón de fondo, confieren credibilidad a este Ricardo III lisiado y deforme pero seductor, ingenioso y astuto, magníficamente dotado para la traición, el engaño y el crimen como instrumentos necesarios para alcanzar el trono, es decir, el poder absoluto.
Las dificultades del empeño eran enormes por el carácter mixtificador del producto, con la obligada mezcla de épocas, ambientes, psicologías y lenguajes, trasplantados aquí del siglo XV al XX, pero en conjunto el film no carece de atractivo y de interés. Ello se debe a que el artificio propio del texto teatral queda, una vez más, trascendido y sublimado por la belleza, la grandeza y la poesía que destila la genial pluma de Shakespeare. Más discutible me parece, sin embargo, la afirmación de que se ha logrado realizar una película popular, mezcla de intrigas y de pasiones, en la línea de los telefilms de consumo masivo.
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