(2) LOS ÚLTIMOS GUERREROS, de Tab Murphy.

EL PARAÍSO PERDIDO
Tras 20 años de agonía y gracias al éxito comercial de Bailando con lobos (1990) de Kevin Costner, algunos se atrevieron a certificar el renacimiento de western, afirmación más que discutible por cuanto es muy difícil que el género pueda reverdecer su pasado esplendor. Prueba de ello es Los últimos guerreros, un film híbrido que mezcla elementos del policíaco actual en su inicio y que deriva en un relato de aventuras sin perder de vista los referentes básicos del Oeste clásico, todo ello gracias a una argucia de guión, casi propia del género fantástico, que permite compaginar la época actual con los años 60 de hace dos siglos.
Tom Berenger y Barbara Hershey encarnan de forma convincente a un explorador, cazador de recompensas, y a una antropóloga que, intrigrados deciden marchar en busca de un paraíso donde, no sin sortear peligros, descubrirán las maravillas de la vida primitiva en la Naturaleza así como las delicias de la fraternidad interracial y, finalmente, el amor.
Abundan las referencias culturales y, sobre todo, fílmicas: desde el valle feliz de Shangri-La de Horizontes perdidos (1937) de Frank Capra al Parque Jurásico (1993) de Steven Spielberg —la emoción del encuentro con los cheyennes, una especie de dinosaurios étnicos que han resistido al paso del tiempo— sin olvidar las caninas hazañas de Rin-Tin-Tin. Pero la idea dominante, con sus dosis de oportunismo comercial, es la de una defensa de la identidad cultural de los indios estadounidenses, un reconocimiento del genocidio perpetrado contra ellos y, de paso, una clara apología del ecologismo medioambiental y, con matices, de la medicina natural frente a los inconvenientes de la moderna civilización.
El debutante realizador Tab Murphy sigue, pues, los pasos de Delmer Daves, Anthony Man y John Ford es su intento de reparar una injusticia histórica y lo hace con buen oficio narrativo, con una magnífica fotografía de exteriores y con un montaje experto que permite seguir el relato con una atención constante.
Aunque sería injusto también no señalar las limitaciones de una película que nos remite en ocasiones al universo de Disneylandia, tan sobrada como está de idealismo y buenos sentimientos. Cierto es que no puede considerarse “realista” a causa de sus inexactitudes e ingenuidades, pero es un producto digno que debe ser respetado por sus valores fílmicos, especialmente si su carga bucólica la inscribimos en la mejor tradición romántica, aquella que alimenta su lirismo en las ancestrales raíces de fábulas y de leyendas llenas de fantasía y de imaginación.
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