(2) SABRINA (Y SUS AMORES), de Sydney Pollack.

LA VIDA EN ROSA
De una obra teatral poco relevante de Samuel Taylor, Billy Wilder y Ernest Lehman confeccionaron un guión cinematográfico convertido en un film clásico en una época inmediatamente anterior a la madurez narrativa y corrosiva del realizador de La tentación vive arriba (1955). Audrey Hepburn, William Holden y Humphrey Bogart encarnaron con acierto a los protagonistas de un cuento de hadas moderno, narrado inicialmente en primera persona mediante una voz en off que adaptaba lo esencial de La Cenicienta al mundo neoyorkino de los negocios multimillonarios: la adolescente hija de un chófer se convierte en una mujer adorable y logra conquistar al rico magnate, haciéndole olvidar el dinero tras descubrir el amor.
Pero el talento y el creciente escepticismo de Wilder lograron convertir una simple comedia sentimental con ribetes rosáceos en una interesante sátira en al que los gags de reminiscencias lubitschianas y un cierto distanciamiento irónico conseguían dinamitar o, al menos, poner en evidencia, lo más acrisolados convencionalismos del género.
Sydney Pollack y sus colaboradores han realizado un remake del citado film con ligeras modificaciones en el guión, cambiando los años 50 por los 90 en aspectos que fundamentalmente atañen a la ambientación. Y así, entre otras novedades, ha desaparecido el padre del clan, Sabrina va a París no para ser cocinera sino para estudiar fotografía y moda, el barco es ahora un Concorde y el negocio del plástico se ve convertido en un asunto de pantallas de televisión.
Pollack ha contado con unos técnicos solventes pero Julia Ormond resulta insignificante, sin la magia de Hepburn; Greg Kinnear es un tontito ligón que carece de la fuerza seductora de Holden; y Harrison Ford, solitario y taciturno aunque menos patético que Bogart, no logra hacernos creer que nunca tuvo éxito con las mujeres.
Aunque, básicamente, Sabrina (y sus amores) falla por su enfoque, por un planteamiento que opta por la comedia sentimental de corte realista cuando su material literario nada tiene que ver con la logica cotidiana y cuando la única postura honesta y coherente ante este imposible cuento de hadas contemporáneo debería haber sido el sarcasmo o, al menos, la burla sutil.
La película nos trae al recuerdo muchos de los atractivos del film de Wilder, que no podemos dejar de añorar, y está planteado como una sólida operación comercial apoyada en una gratificante historia de amor y en unos coloreados vestuario y decorados donde la elegancia y el lujo se dan de la mano para dar relieve y ambientes cuyo glamour y riqueza vienen a sublimar las carencias y anhelos de la mayoría de los espectadores. Pollack ha naufragado, en gran medida, por haber convertido realismo y romanticismo en una contradicción estilística que no ha sabido resolver de forma satisfactoria.
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