(1) NUESTRO PROPIO HOGAR, de Tony Bill.

UNA NUEVA VIDA
Una voz masculina adulta recuerda en off cuando tenía 15 años, a mitad de los años 50. El relato en primera persona adopta el punto de vista del hijo mayor de una viuda cuyo marido, irlandés y católico, la dejó al morir con seis hijos y con la necesidad de realizar grandes sacrificios para sacar adelante su numerosa familia.
Una dirección sobria y correcta, sin excesos lacrimógenos, permite soportar sin grandes esfuerzos este melodrama sobre la pobreza en la América profunda, una crónica cotidiana que se balancea entre el realismo y la posibilidad del gran “sueño americano” en un país en el que todo el mundo parece gozar de oportunidades para triunfar o, al menos, para sobrevivir.
Una cierta ambigüedad coloca, pues, al film en el terreno de lo tolerable para las buenas conciencias: el panorama social descrito se diluye en lo individual y nunca adquiere el relato tintes de excesiva dureza. Si bien la protagonista es un modelo de dignidad femenina que rechaza tanto la caridad del párroco como la ayuda interesada de los machos que la rodean, el desenlace nos abruma y nos cabrea con un forzado happy end, en el que toda la comunidad se pone a la obra para ayudar a esta viuda y a su prole en la reconstrucción de la casa incendiada, previo aporte de materiales nuevos facilitados a crédito.
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