(1) EL LADRÓN DE BAGDAD, de Richard Williams.

LAS MIL Y UNA NOCHES
Con ilustres antecedentes de las versiones de Raoul Walsh (1924) y de Michael Powell (1939), nos llega ahora El ladrón de Bagdad como cuento de dibujos animados, con un ladrón que aquí es un anciano con los rasgos de Nosferatu el vampiro y el protagonismo de la guapa princesita y del valiente zapatero, con el califa y el malvado visir como personajes que determinan los bandos enfrentados. Pero pese a que el relato se sustenta en el maniqueísmo de buenos y malos, la calidad formal del trabajo le reporta un interés indiscutible: lejos de la pobreza expresiva del manga y de la facilidad y el ahorro del grafismo basado en manchas de colores, esta versión de Richard Williams destaca por un diseño lineal muy estilizado, moderno, de carácter geométrico, realizado con la ayuda de ordenador, cuyo derroche de imaginación, humor y belleza visual nos remite a los mejores logros de nuestro dibujante Miguel Calatayud.
Producido a lo largo de tres años en Estados Unidos e Inglaterra, con un gran despliegue de medios artísticos y técnicos, este El ladrón de Bagdad alcanza un clima fantástico que podía haberse erigido en modélico a no ser por la excesiva velocidad de sucesión de los planos así como por la vertiginosa transformación gráfica de su contenido, en un equivocado deseo de conseguir un ritmo trepidante impuesto sin duda por la moda de los spots televisivos que ofrecen cantidad de estímulos audiovisuales antes que calidad comunicativa, sin esa serenidad y sosiego necesarios para poder disfrutar adecuadamente una obra fílmica.
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